Mientras el país se aburre con unas campañas electorales insípidas, que no expresan ni de lejos los problemas reales de la sociedad boliviana ni ofrecen tampoco las respuestas apropiadas para enfrentar circunstancias futuras diferentes de la trayectoria pasada, en el mundo se suceden acontecimientos que traen consigo ciertamente cambios profundos en el sistema internacional y en la geopolítica global.

En pocos meses se han presentado situaciones relativamente inesperadas en varias zonas del mundo, dando lugar a cambios sustantivos de los escenarios futuros.

La situación en Europa está tensionada por varios problemas independientes entre sí, entre los cuales destaca el conflicto de Ucrania, que no parece encontrar una salida negociada próxima por la multiplicidad de actores involucrados, con posiciones, intereses y reivindicaciones muy difíciles de colocar en un tablero de negociaciones. Las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea a Rusia no muestran eficacia alguna, y la retaliación de Vladímir Putin puede traer problemas económicos, en particular para Alemania. Eso agravaría la situación deflacionaria que afecta a la mayoría de las economías europeas. Y las tendencias centrífugas de Escocia y Cataluña no contribuyen a despejar las incertidumbres existentes.

En Medio Oriente existen varios conflictos militares y situaciones que podrían escalar a confrontaciones mayores, si no fuera porque la constelación de las alianzas en cada caso es diferente, lo que por de pronto garantiza que no se formen coaliciones simétricas entre las potencias globales y los principales actores regionales.

Se podrían añadir más ejemplos, pero baste mencionar ambas situaciones para ilustrar la complejidad que han adquirido las relaciones internacionales en estos meses, sin que exista mecanismo internacional alguno capaz de realizar una mediación eficaz en ninguno de los conflictos en curso, que logre además una pacificación justa y negocie acuerdos de convivencia estable a largo plazo. En muchos casos no es posible ni siquiera que prevalezca el derecho internacional humanitario o el respeto debido a organizaciones internacionales de protección a la población civil.

Este recuento sumario muestra claramente el grado de inoperancia al que ha llegado el sistema político multilateral de las Naciones Unidas, sea que se considere los debates y resoluciones en el seno de la Asamblea General o la capacidad de adoptar decisiones vinculantes por parte del Consejo de Seguridad. Y a ello se suma que mecanismos ad hoc como el G20 tampoco están en condiciones de adoptar posiciones compartidas en temas estratégicos, políticos o económicos.

Un momento equivalente de ausencia de gobernanza global ocurrió a comienzos del siglo pasado. Aclaro,  sin embargo, que no es mi intención llevar las comparaciones hasta el extremo de sugerir la posibilidad de un desenlace militar de alcance mundial, porque las asimetrías del poder bélico y de la situación geopolítica global son tan grandes que ahora ni siquiera es imaginable una repetición de la Guerra Fría. Pero de ahí no se sigue tampoco que la única potencia verdaderamente global disponga de condiciones para intervenir con eficacia en todas las zonas de conflicto. Carece para ello de legitimidad moral incuestionable, de mandato político internacional y de una coalición de países que la acompañen en sus eventuales acciones militares. Y para remate no existe consenso interno en Estados Unidos en ninguna materia relevante de su política exterior.

La situación de América Latina también está plagada de problemas serios, pero de una índole diferente a los de otras regiones del mundo. Cabría imaginar incluso la posibilidad de que ciertos temas encuentren soluciones razonables. Mucho va depender, sin embargo, del curso internacional que adopte Brasil después de las próximas elecciones.

Es economista.