Integración incierta de Sudamérica
La principal característica de la integración sudamericana hoy en día es la ralentización
Los procesos de integración en esta parte del continente se encuentran atravesando coyunturas muy particulares. En un escenario de avances y retrocesos en los mecanismos de integración, es notoria la falta de un núcleo integrador que aúne los diferentes procesos y evite la dispersión de esfuerzos institucionales.
La Comunidad Andina de Naciones (CAN), el Mercado Común del Sur (Mercosur), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Alianza del Pacífico son los principales procesos institucionales en Suramérica. Aunque es bueno anotar que en el caso de la Alianza se encuentra México como socio de Chile, Perú y Colombia. La principal característica de la integración suramericana hoy en día es la ralentización. Es decir que luego de momentos llenos de entusiasmo, que exponían las ventajas de la integración comercial con logros irrebatibles de un proceso que se inició con vigor en los 60 y atravesó por altibajos, hoy nos encontramos con síntomas preocupantes como la falta de voluntad política y el cuestionamiento de las instituciones y mecanismos que se fueron creando.
La CAN es uno de los procesos de integración más ambicioso. Desde 1969 (Pacto de Cartagena) los países andinos decidieron crear un arancel externo común y generar la unión aduanera, concederse facilidades para el comercio intrarregional, avanzar hacia mecanismos de resolución de disputas (se erigió el Tribunal Andino de Justicia) y de legislación común en varias materias (registro de marcas y patentes, sanción de prácticas anticompetitivas, creación de empresas multinacionales, etc.). No obstante, luego del entusiasmo inicial (incluso Chile participó en un principio del acuerdo y luego se alejó), los Estados fueron poco consecuentes a la hora de fortalecer a la comunidad. Hoy, la CAN ha perdido vitalidad luego de que Venezuela la abandonara, y los cuatro países miembros que quedan (Bolivia, Perú, Colombia y Ecuador) dirigieran sus miradas a otros mecanismos, como el Mercosur.
El Mercosur (creado en 1991 y que agrupa a Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay) pecó también de excesivo entusiasmo, sin reparar que dos grandes economías como la brasileña y la argentina generaban enormes asimetrías con las emergentes y de menor tamaño comparativo. Asunción y Montevideo prefirieron ralentizar sus mecanismos de integración antes de hipotecar sus economías a la de sus dominantes vecinos, quienes atravesaron períodos de crisis económicas a fines de los 90 y optaron por privilegiar sus mercados internos antes que potenciar el Mercosur. Empero, en el último lustro presenciamos un intento de revitalizar al organismo, bajo el impulso de Brasilia y de Caracas. El expresidente Hugo Chávez solicitó el ingreso de Venezuela como miembro pleno del Mercosur al tiempo que abandonaba la CAN luego de un fuerte roce diplomático con el exmandatario peruano Alan García.
El debate político-ideológico no ha estado ausente al interior de los organismos de integración; y en coyunturas electorales se patentizan con mayor énfasis. Al calor de las elecciones en Brasil y Uruguay, el tema de dar mayor o menor impulso al Mercosur genera posturas diferentes entre Rousseff y Silva o entre Lacalle y Vásquez. En las pasadas elecciones chilenas también se debatió si Santiago debería continuar siendo parte de la Alianza del Pacífico, organismo orientado a las políticas de apertura de mercados y de libre comercio.
En medio de este confuso panorama, la Unasur, creada en 2007 en Cochabamba y con actuaciones rutilantes en su primera etapa de vida institucional, no fue la excepción y se sumergió también en el languidecimiento, luego del fallecimiento del expresidente argentino Néstor Kirchner, su primer secretario General. Hace pocas semanas se designó finalmente al expresidente colombiano Ernesto Samper como nuevo secretario. ¿Significará ello el fin del ostracismo del organismo que pretendió liderar la integración en esta parte del continente?