70 años del desorden monetario internacional
Hace falta un banco central y una autoridad de supervisión financiera de alcance mundial
El actual “orden” monetario internacional se estructuró después de la Segunda Guerra Mundial sobre las ruinas que este conflicto dejó. Tuvo su expresión en la conferencia realizada en 1944 en el complejo hotelero de Bretton Woods (Nueva Hampshire, Estados Unidos), donde surgieron el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) que posteriormente dio lugar al Banco Mundial. En ese encuentro, que se realizó con la asistencia de representantes de 44 países, la mayoría desarrollados, se aprobaron las resoluciones de la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, aunque representantes de algunos países socialistas presentes se abstuvieron de rubricarlos.
El sistema tuvo su origen en una idea del economista John Maynard Keynes, quien representaba al Tesoro de Gran Bretaña, pero su propuesta completa, que no se aceptó, se basaba en cuatro pilares institucionales: i) Un banco central mundial, que condujera globalmente la liquidez de dinero, con la emisión de una moneda global (el Bancor), donde el país con mayores excedentes monetarios (EEUU en ese entonces) fuera responsable de estabilizar la economía mundial y apoyar a las naciones con problemas financieros. ii) Un “fondo para la reconstrucción y el desarrollo”, que promoviera la puesta a disposición del crédito para los países de bajos ingresos. iii) Una organización internacional del comercio, que después devino en el GATT, pero que se ocupara por la estabilidad de los precios de los bienes de exportación primarios. iv) Un programa de ayuda vinculado a las Naciones Unidas.
Lo que salió de la conferencia fue solo el fondo para la reconstrucción a cargo del Banco Mundial, con un presidente nominado por Estados Unidos, y un organismo monetario, no un banco central, encargado de supervisar la política monetaria y cambiaria, como fue el FMI, nominado por los países europeos. De este modo se creó un sistema que permitía a los países ajustar sus desequilibrios externos, sin recurrir a devaluaciones competitivas y a medidas comerciales restrictivas del periodo de entreguerras, con mecanismos que doten de liquidez global a la economía internacional.
El FMI consagró la total convertibilidad del dólar estadounidense en oro con una cotización de $us 35 por onza, lo cual implicaba que el banco emisor de Estados Unidos estaba obligado a comprar y vender el dólar a esa cotización. Así, cuando Francia haciendo uso de lo convenido en Bretton Woods, reclamó el equivalente en oro de los dólares que poseía; Nixon respondió, primero en 1971, y declaró una suspensión de la convertibilidad y, luego, en 1973, decretó abiertamente que la convertibilidad había fenecido; fue una tremenda estafa. De esta forma los países adoptaron los regímenes cambiarios más adecuados, abandonando el sistema de tipo de cambio fijo con patrón dólar-oro.
Hoy en día, 70 años después, tenemos la necesidad de otro orden monetario internacional ante la falta de reglas de supervisión del movimiento de los capitales financieros en la economía global, dada la ausencia de un marco institucional capaz de regularlo. En efecto, la crisis financiera global que se arrastra desde 2008 tuvo su origen en el proceso de desregulación del mercado financiero y la liberalización del movimiento de capitales financieros a nivel internacional, iniciada por los países desarrollados e impulsada por los organismos financieros internacionales desde la década de los ochenta.
Así, parece haber llegado la hora de crear un banco central y una autoridad de supervisión financiera de carácter mundial, con la condición sine qua non del cambio de la estructura del voto a nivel de las instituciones internacionales, sin poder de veto, y que refleje la nueva correlación de las fuerzas económicas y políticas a nivel mundial.