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Casi un reino

Empecemos por lugares comunes: otra consecuencia del poder es la corrupción. Sin poder no hay mordida. Luego vendrán quienes digan que quien facilita la mordida es tan canalla como quien la recibe, para sugerir que el poderoso, en esencia, es un ser bienintencionado al que el malvado tienta y, el pobrecito, humano al fin, cae en la tentación.

Los datos oficiales de la lucha contra la corrupción, proporcionados por la ministra del ramo, señalan que antes del actual Gobierno no se produjo una sola sentencia producto de demandas de lucha contra la corrupción. Antes del actual Gobierno habían “zarinas anticorrupción” con mucho bombo y luego un viceministerio. La actual administración pasó del viceministerio al ministerio, según el informe oficial, con unas 400 denuncias, 97 sentencias judiciales y la recuperación de Bs 900 millones.

Si es cierto que antes del Ministerio de Transparencia y Lucha contra la Corrupción no había nada, alguien con buen juicio podría decir ahora que algo es algo, que peor es nada, o que hay que ser optimistas y ver el vaso medio lleno y no medio vacío.

El informe de la Ministra de Lucha contra la Corrupción tiene además otros datos: nadie (ni persona ni institución) se atrevió a realizar estudios profundos de investigación de la corrupción en la Policía. Los valientes más tardaron en aceptar el desafío que en renunciar. Hay fiscales que se matan de la risa cuando las autoridades del Ministerio de Lucha contra la Corrupción les piden cumplir con su misión. Algún fiscal incluso llegó a decirle a la Ministra que ahí lo puso Manfred y que no espere que sea infiel a Manfred.

Los procesos contra las autoridades de lucha contra la corrupción corren trámite inmediato, en comparación con los procesos en los que el Estado afirma haber sido víctima económica. Jueces y juezas tampoco ponen mucho interés cuando se trata de defender los intereses del Estado y las denuncias duermen como expediente. Y en más de una oportunidad el denunciado atacó, con puñetes y patadas, a quienes luchan a nombre del Estado contra ese delito, agrediendo también a golpes a sus hijos y familiares.

El último “parrafazo” es, cuando menos, de terror. Si ese es el panorama que vive la Ministra de Lucha contra la Corrupción, que tiene más de 100 colaboradores (muchos de ellos abogados), con presupuesto garantizado del Estado, con respaldo de leyes (como la Marcelo Quiroga), con códigos y leyes remozados en los últimos años, no solo para evitar sino para castigar la retardación de justicia, ¿en qué situación queda el ciudadano común?

Pienso en ciudadanos sin dinero para pagar un abogado, ni tiempo para tramitar un juicio, ni escolta contra el prepotente, ni equipos de investigación, ni asesores, ni nada.

Hay golpes de pecho que duelen el doble cuando, además, es moneda corriente que se llega a la Fiscalía con la venia del poderoso; y que por jueces de esta calaña se jugaron las actuales autoridades del país.

Dirán los expertos que “es un asunto muy complejo”. Y me preguntarán si alguna vez no pasé un semáforo en rojo, o si no hice trampas en el examen de la escuela y que…

Por ahora cierro el círculo con el mismo lugar común: otra consecuencia del poder es la corrupción. ¡Ah!, y hablando de música, el “me entendés che, me entendés”, ¿está en Milonga de lo peor o en Manso y tranquilo de Piero?