Icono del sitio La Razón

Alandia Pantoja y la revolución

Chuc… chuc…, sonaban los picotazos que los obreros descargaban sobre el muro central del recibidor del Palacio Quemado. Pedazos de yeso pintados saltaban y eran transportados en carretillas a la Plaza Murillo, donde una volqueta recibía la carga. Un pedazo saltó a mis manos y lo guardé. A esa edad, un llokalla preadolescente con sueños de convertirse en pintor no comprendía todo el furor negativo que un mural puede provocar para desear su destrucción, un acto de barbarie que se cometió durante la dictadura del general Barrientos Ortuño y su entorno civil. ¿Qué cosa terrible mostraba esa obra? ¿Qué poder tenían unos dibujos y unos colores que despertaban los instintos más vergonzosos de los seres humanos? Era el año 1965 y fue la primera vez que escuché hablar de Alandia Pantoja.

Hace 100 años vino al mundo uno de los artistas más controvertidos del arte boliviano. El centro minero potosino de Llallagua fue su cuna, lugar de fuerte tradición sindicalista y revolucionaria. Así es que Miguel Alandia Pantoja, nacido en 1914, fue envuelto desde muy temprano en las luchas sociales y su arte fue el alumbramiento temprano a la conciencia social, y el detonante, su participación como soldado raso durante la Guerra del Chaco (1932-1935); experiencia que no lo abandonaría durante su trayectoria ideológica en el Partido Obrero Revolucionario (POR), de orientación trotskista, cuyo postulado internacionalista era incompatible con el nacionalismo ruso de Stalin.

Alandia Pantoja participó activamente en la revolución de 1952, con miembros de la izquierda boliviana de entonces, convirtiendo la teoría en praxis; acción que le ganó la autoridad moral frente a sus compañeros. En ese entonces Paz Estenssoro lo invitó a pintar el mural “Historia de la Mina”, en el recibidor del Palacio Quemado, que fue el mural que vi destruir 12 años después. Sus controversias con Guillermo Lora lo alejaron del POR en 1955, y tras la invasión soviética de Hungría en 1956, muchos miembros de partidos occidentales renegaron de su lealtad al comunismo soviético y se pasaron al trotskismo, ocasionando una fisura ideológica en la izquierda internacional que fragmentaría los frentes antifascistas.

Alandia Pantoja no abandonó su posición política y siguió produciendo arte monumental en otras instituciones como YPFB, la Cancillería y el Hospital Obrero, sumando 17 obras.
Diego Rivera, el muralista mexicano, visitó Bolivia luego de la revolución del 9 de abril, interesado en la obra de Alandia Pantoja, a quien había conocido en 1957. El artista boliviano sostenía entonces duras polémicas con sus colegas, y estas rupturas repercutían en todo el país entre artistas sociales y los abstractos.

Alandia Pantoja nunca tuvo titubeos para proclamar su adhesión a las causas populares, lo que le valió constantes exilios y el sufrimiento que esto genera en las familias. La última afrenta que sufrió su obra fue contra el mural que pintó en la sede de la Federación de Trabajadores Mineros de Bolivia. En 1980, tras el golpe derechista de los militares García Meza y Arce Gómez, éstos ordenaron la demolición de la Federación, en la que se encontraba el mural “Huelga y Masacre”, que fue rescatado gracias a la oportuna intervención de personalidades y la movilización que se produjo para evitar la barbarie de 1965.

En Bolivia existe una ligazón muy intensa entre el arte y la política, que se remonta a la conquista ibérica, en un proceso dialéctico que, cuando hiere el imaginario hegemónico, se ve perturbado por la interpretación alejada de sus visiones de clase; entonces surgen las reacciones violentas contra los muros, telas, libros, películas, porque el arte acunado entre papel de bombones no produce urticaria. Con el motivo del centenario del nacimiento del maestro Miguel Alandia Pantoja, el Museo Nacional de Arte presentará una muestra en su homenaje.