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Santa Cruz de la Sierra

Hoy se conmemora un nuevo aniversario de la revolución de Santa Cruz de la Sierra, llevada a cabo el 24 de septiembre de 1810. En esta oportunidad cabe referirse a la visión que tuvieron dos ilustres intelectuales cruceños sobre la ciudad de Santa Cruz: don Gabriel René Moreno y don Manfredo Kempff Mercado; el primero en el siglo diecinueve, y el segundo, en el veinte. René Moreno señala que en su época, “Santa Cruz, antes que una población urbana, era un enorme conjunto de granjas y alquerías sombreadas frondosamente por naranjos, tamarindos, cosoríes y cupesíes. Senderos abovedados por enramadas floridas y fragantes separaban unas de otras las casas”.

Luego comenta socarronamente: “Dicen que anacreóntica y epicúreamente se vivía allí a la de Dios, sin que a nadie le importara un guapomó o una pitajaya lo que en el mundo pasaba”.

Don René continúa relatando sobre su ciudad: “La plaza principal y alguna de las once calles arenosas estaban edificadas de adobe y tejas, pero solo a trechos y dejando intermedios solares, que eran otras tantas dehesas o florestas. Ocupaban los mejores edificios el obispo, el gobernador, los canónigos, los dos curas rectores, los oficiales de la guarnición y los empleados de las reales cajas”.

Respecto a la economía de la zona, menciona que: “Las estancias de ganado y los ingenios de azúcar constituían la riqueza y el bienestar de las familias”. En cuanto al tránsito de las personas, recuerda que “visitábase a caballo, lloviendo se iba a misa en zancos o en carretón, uno se quedaba a comer o a cenar allá donde le sonó la hora.

Solo cuatro zapateros bastaban al pueblo, muchos bautizos y poquísimos matrimonios, las frutas más deliciosas reventadas por el paladar de los prebendados y ¡ay! de aquel que no fuera cruceño de pura raza, pues ése solo y solo ése debía trabajar, y a sus horas divertirse, mientras que los demás debían divertirse y ociarse al modo de señores nacidos para eso únicamente”.

Pero si don René se refiere con una sonrisa sobre la ociosidad de la gente cruceña, agrega también que la vida oriental no era tan muelle. Y así dice: “Ciudad rodeada entonces de selvas sombrías, acometida hasta en sus calles y plazas por florestas que amenazaban tragarse los edificios, sacudida por huracanes bramadores, anegada por lluvias torrenciales, iluminada por rayos y relámpagos pavorosos, en Santa Cruz, la solitaria vida colonial pasaba de la tranquilidad al desasosiego”.

Mientras que don Manfredo Kempff tiene una visión muy distinta, ya que cuando escribió sobre su querido pueblo, éste estaba en pleno empuje económico. Él había dejado su tierra natal siendo muchacho, viviendo algunos años en La Paz. Luego salió al exilio por mucho tiempo. Y cuando retornó a su tierra, la vio pujante y con gran espíritu empresarial.

Refiriéndose a esta nueva Santa Cruz en desarrollo, expresa lo siguiente: “En Santa Cruz se están produciendo una serie de adelantos en lo urbanístico y material que su fisonomía se transforma día a día. Cuesta esfuerzo determinar un punto cualquiera de las nuevas áreas en relación con las referencias de la Santa Cruz antigua. Esto desconcierta un poco y por momentos hasta nos deja perplejos. La perplejidad es la antesala del conocimiento. Nos detenemos para orientarnos en el nuevo lugar y, mediante penosas deducciones llegamos a establecer aproximadamente lo que nuestros recuerdos han podido conservar del mismo”.

Cabe agregar por último que la Santa Cruz de hoy ya no se parece casi en nada a la que dejó y asombró a don Manfredo. El departamento cruceño en este siglo veintiuno se ha convertido en el más pujante del país. Y ello se debe no tanto a la gran riqueza de su suelo, sino más bien al espíritu de su gente; esa gente cruceña que mira con optimismo el futuro de su región, que trabaja y progresa con gran energía, y que recibe a todo “kolla” y a todo extranjero, con los brazos abiertos, siempre que éstos se unan a ellos en esa gran tarea de convertir a Santa Cruz en el motor del desarrollo de toda la nación.