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Robo de vehículos

Bolivia es un paraíso para los ladrones de automóviles, motocicletas y autopartes. Al menos eso parece cuando se conoce que, según el Comando Nacional de la Policía, cada día se roban 13 coches o motos en promedio. La situación requiere de una acción más decidida de las autoridades, lo mismo que puede decirse de todos los ámbitos en los que campea la delincuencia.

En efecto, un reportaje publicado en este diario da cuenta de que solo en los ocho primeros meses del año 3.231 motorizados fueron robados en Bolivia. Asimismo, la estadística muestra que siete de cada diez vehículos robados son motocicletas. Desglosando por departamento, se observa que Cochabamba es donde más motorizados se han robado: 24%, seguido muy de cerca por Beni, donde los robos y hurtos suman 20%; siguen en la lista Santa Cruz, con 15%, y Tarija, con 13%. La Paz está en quinto lugar con el 10% de los casos y Potosí es el que registró menos sustracciones (61), con 2% del total.

La institución del orden también ha hecho público el detalle de los motorizados preferidos por los delincuentes. A la ya señalada preferencia por las motocicletas, que según el Jefe operativo de la Dirección Departamental de Prevención y Robo de Vehículos (Diprove) del Beni ocurre “por descuido de los propietarios”, le siguen los automóviles, que desaparecen en mayor cantidad en La Paz y las vagonetas, en El Alto.

Al parecer, muestran las cifras policiales, la mayor efectividad está en Beni, donde dos de cada tres motocicletas robadas son recuperadas. Según los datos de Diprove Beni, el delito es cometido mayoritariamente en la capital, Trinidad, así como en las ciudades principales, Guayaramerín y Riberalta. Asimismo, son muchos los detenidos por este delito: hasta ahora 15 en la cárcel de Mocoví y, lo que es más preocupante, 20 menores de edad en centros de rehabilitación. No se conocen datos tan específicos para el resto de las capitales de departamento.

Eso sí, se sabe que en La Paz el modus operandi de los delincuentes dedicados al robo de autopartes incluye, en algunos casos, la temeridad de contactar a las víctimas para negociar una suerte de rescate de sus piezas, lo cual, se sabe desde hace años, se hace desde el interior de la cárcel de San Pedro, lo cual debe suceder de igual manera en otros penales del país.

Queda claro de este recuento la necesidad de reforzar y mejorar el trabajo policial en esta materia, pues es también uno de los principales indicadores de la inseguridad ciudadana y fuente de pingües ganancias para los delincuentes y las organizaciones criminales.

Hay, pues, muchas áreas en las que la Policía debe hacer mucho más de lo que ya hace; tal vez es un buen punto de partida el que ya se cuente con información estadística, pero ciertamente el conocer las cifras de la violencia no es suficiente para resolver la situación.