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Perros

/ 4 de octubre de 2014 / 06:36

Robert Walser murió solo porque Carl Seelig, quien había prometido dar un paseo con él ese día, tenía a su perro enfermo y prefirió quedarse en casa cuidándolo. Max Aub narra el crimen ejemplar de una mujer que mató a su marido porque éste prefería a su animal de compañía. Los perros entran y salen de la literatura desde sus orígenes; también de nuestras vidas.

Utilizados a menudo como símbolo y manifestación de la fidelidad sin condicionantes, los perros parecen ser, sin embargo, menos atractivos como tema literario que los gatos, posiblemente debido a que su complacencia solo los hace verosímiles como objeto de torturas o como figuras dadoras de afecto. Anton Chéjov hizo decir a uno: “Los humanos no comen los huesos que la cocinera hizo hervir para la sopa ni beben el agua en que los hirvió. ¡Qué idiotas!”, pero el hecho de que los perros no parezcan juzgarnos (a diferencia de los gatos, que lo hacen todo el tiempo), vuelve la frase inverosímil.

Naturalmente, hay decenas de perros con opiniones bien fundadas sobre sus amos: piénsese en el Coloquio de los perros cervantino o en aquel relato del argentino Copi en el que unos perros pastores alemanes exigen ser devueltos a Alemania para crear allí un régimen en el que los humanos sean alimentados por ellos y no al revés. Sin embargo, su bonhomía, la facilidad con la que aceptan ser entrenados, su fidelidad, hace que sus opiniones sean más bien discutibles. ¿Se puede extraer alguna enseñanza de la observación de un perro? Lo dudo; pero, si es así, tal vez lo que podamos aprender se resuma en otra frase de Chéjov: “El perro hambriento solo cree en los huesos”. Buena parte de nuestras convicciones tiene su explicación en ella.

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Una discusión difícil

L&W y marxists.org coinciden en pensar los textos como si fuesen propiedad de alguien o de algo.

/ 20 de julio de 2014 / 04:00

Algunas semanas atrás los responsables del importante archivo digital marxists.org recibieron una carta de la editorial Lawrence & Wishart en la que ésta exigía la retirada de su edición de las Obras completas de Karl Marx y Friedrich Engels. Su publicación en la red, afirmaban los responsables de la editorial, infringía su derecho a la explotación de la “propiedad intelectual” de la obra. Marx y Engels propusieron la abolición de la propiedad, ¿qué hace pues una editorial explícitamente marxista exigiendo que se respete la suya? No es difícil imaginarlo, y, sin embargo, tampoco es difícil comprender las razones de L&W, cuya viabilidad como proyecto editorial alternativo depende de su funcionamiento en un contexto capitalista.

La contradicción entre pragmatismo e idealismo, entre deseo de transformación y aceptación de unas reglas de juego, es habitual en proyectos así, pero resulta particularmente interesante en este caso porque pone de manifiesto que, a tres siglos de su instauración, todos (marxistas o no) seguimos aferrándonos a la idea de propiedad intelectual, cualquier cosa que esto signifique. La polémica entre L&W y marxists.org (que ha eliminado ya de su archivo las controvertidas Obras completas) se presenta en los siguientes términos: para los responsables del archivo, el potencial político de los textos de Marx y Engels está sujeto a que puedan ser leídos por todos, en particular por los desfavorecidos de nuestra sociedad; para L&W, la disponibilidad de los textos atenta contra la viabilidad económica de un proyecto editorial que aspira a la transformación de nuestra sociedad: es decir, a lo mismo a lo que aspira marxists.org.

Por lo demás, ambas partes coinciden en pensar los textos como si fuesen propiedad de alguien o de algo. La discusión acerca de esa “propiedad” es compleja y difícil, pero pienso que tiene un claro ganador: todos nosotros, si nos atrevemos a participar de ella.

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