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Claves electorales del 12 de octubre

Hoy aprovecho el silencio de campaña para reflexionar en una perspectiva de mediano plazo acerca de los números de las encuestas previas a la elección, sobre la base del trabajo que realizamos con mi socio y colega de Sociométrica Armando Ortuño en la sección del Animal Electoral de La Razón. Las tendencias gruesas indican que Morales puede repetir con comodidad los 2/3 que obtuvo en 2009, con el añadido de una conquista electoral en Santa Cruz; Jorge Quiroga subió lentamente en la preferencia electoral, pero sin lograr mellar el limitado liderazgo de la oposición de Doria Medina. Como contexto, las dudas acerca de la contundencia de los resultados del MAS en Beni y Tarija.

El resultado masista se fundamenta en una adecuada gestión de la bonanza económica, generando redistribución del ingreso gracias a una creciente participación del Estado en la economía y en el excedente nacional, pero también con un marco institucional que favoreció (en la bonanza relativa) la remuneración al trabajo.

Morales, por su lado, al consolidarse como árbitro de última instancia de los conflictos sociales más graves, ha generado un nivel aceptable de estabilidad política para la población. Adicionalmente es importante destacar que tiene el apoyo militante de las mayorías organizadas en movimientos sociales nacionales, mayorías que tienen la capacidad (a diferencia de los otros sectores de la sociedad boliviana) de paralizar —literalmente— al país.

Simultáneamente, el oficialismo ha trabajado con dedicación su acercamiento al empresariado nacional y a algunos actores importantes de la dirigencia de Santa Cruz, logrando ampliar su círculo de adhesiones políticas más allá de las fronteras regionales y sectoriales del masismo de 2002 o de 2005. Paralelamente, el MAS logró asumir algunas de las banderas más emblemáticas de la oposición regional que le combatió desde 2005, principalmente la de la autonomía.

A su vez, las oposiciones llegan muy disminuidas a esta contienda. En primer lugar es más que notoria la fragmentación del campo opositor, casi no hay nada más que añadir al respecto. En segundo lugar, las oposiciones (desde la centro-derecha) perdieron la iniciativa desde 2008, con una pérdida de legitimidad que les fue contagiada por el fracaso del llamado “golpe cívico-prefectural”, unida al fracaso electoral del fallido revocatorio de ese año. A ello debemos sumar su falta de renovación: los contendientes de centro-derecha ya estuvieron juntos en el poder hace más de 20 años, compartiendo el gabinete de Paz Zamora.

A guisa de rápido balance, tenemos a un oficialismo con viento en popa, cooptando sectores que anteriormente le eran hostiles, mediante dos consignas dibujadas por el Vicepresidente. Primero, que los empresarios se dediquen a la empresa, pero no a la política; y segundo, que los derrotados se suban al carro masista individualmente, no como colectivo político. La oposición, debilitada y sin renovación, no tiene la capacidad de generar contradicciones sociales en el relato ideológico del “proceso de cambio”.

El MAS versión 2014 es un MAS distinto al de 2009: su líder y su gestión están maduros; sus bases electorales son más heterogéneas y más diversas, territorial e ideológicamente; y también empieza a notarse la ausencia de renovación del liderazgo. Son los costos de la hegemonía. En ausencia de un impacto económico fuerte de la crisis financiera global, las tensiones futuras podrían surgir de las acotadas contradicciones sectoriales al interior del masismo y de la ausencia de renovación de liderazgo (en el oficialismo y la oposición). Este es el punto de partida de las dinámicas que se desarrollarán después del 20 de enero de 2015. Veremos qué pasa.