Después de varios años de condiciones externas muy favorables para los países exportadores de productos primarios, ahora todos los vaticinios coinciden en que ha terminado la bonanza. Baste mencionar que entre 2000 y 2008 las exportaciones de productos primarios crecieron a una tasa media anual de 17,4%, ritmo que se redujo al 4,9% en el periodo 2010-2013. La excepcional fuerza de tracción que ejercitaron las exportaciones totales sobre el crecimiento mundial se ha reducido a la mitad entre ambos periodos, anunciando de esta manera la necesidad de crear motores nacionales o regionales para impulsar el crecimiento económico en el futuro.

La coyuntura internacional ha ingresado a su vez en una zona de turbulencia provocada por los efectos combinados de circunstancias como la guerra en Siria e Irak, la epidemia del ébola en África, la recesión en la zona del euro, la reducción de la tasa de crecimiento de China, el ritmo frustrante de la recuperación en los países industrializados y la carencia total de gobernanza en los mercados financieros.

Las economías latinoamericanas añaden a su vez problemas adicionales al complejo panorama de incertidumbres económicas y geopolíticas imperante en el mundo. Baste mencionar que nunca antes había ocurrido que las previsiones macroeconómicas de los organismos especializados se corrijan tantas veces sucesivas hacia abajo, como en los últimos cuatro semestres. De acuerdo con la reciente estimación de la CEPAL, la tasa de crecimiento de América Latina apenas superará el 1% en 2014, lo que representa un recorte significativo en comparación con el promedio de los tres años anteriores.

Las autoridades económicas nacionales sostienen que la economía boliviana no será afectada negativamente por dichas circunstancias externas, debido a que el país dispone de un blindaje altamente confiable. Algo de cierto hay esta vez en ello, puesto que las fortalezas conocidas por todos consisten principalmente de elevadas reservas internacionales, una inflación sometida a control y un impulso de crecimiento mayor al del resto de las economías suramericanas, al menos en el presente año.

En la cuenta de las debilidades hay que mencionar, sin embargo, a la enorme heterogeneidad del aparato productivo, la informalidad del mercado laboral y la escasa atención que se ha prestado por parte de las políticas públicas al aumento sostenido de la productividad. En un segundo lugar se agrupa la elevada incidencia de las importaciones en la oferta global, donde destaca el abastecimiento externo de carburantes, pero también otras importaciones de bienes suntuarios y prescindibles, atribuibles en buena medida a la sobrevaluación del tipo de cambio, que le resta además competitividad al resto de las actividades productivas. Cabe hacer referencia, por último, a la gran cantidad de compromisos fiscales que ha traído consigo la campaña electoral del oficialismo, lo que se suma a la repercusión fiscal que tendrán directa e indirectamente las nuevas circunstancias externas.

Desde la perspectiva de los distintos sectores de actividad económica, las fortalezas para resistir el cambio de la situación macroeconómica son mucho menores. Nótese, en efecto, que la redistribución de ingresos se ha expresado en una notable ampliación de los sectores terciarios (comercio en sus diferentes formas, hotelería, restaurantes y construcción de vivienda), sin que haya cambiado la matriz productiva primaria, y menos todavía en los sectores de hidrocarburos y de minería, cuyos excedentes han sido derrochados. El próximo gobierno tendrá que administrar un esquema diferente de desafíos provenientes de circunstancias ajenas a su control, pero también todas las consecuencias de sus propias acciones y omisiones de los últimos años.