¿Morirán sin castigo?
Ese trágico octubre, el gobierno de Goni ametralló a gente que solo pedía que se dejase de saquear al país
La noche de aquel sábado sangriento de 2003, radio Pachamama transmitía en directo desde El Alto voces desesperadas de quienes trataban de auxiliar a heridos y recogía muertos llevándolos en carritos de madera o a rastras a centros de salud, que en su mayoría estaban cerrados. Decían que habían ametrallado incluso una central eléctrica, y el pavor reinante era mayor a causa de la oscuridad.
Como si fuese una noche más, la plaza Abaroa sonaba como un panal de abejas. La gente bolicheaba como cualquier otro sábado, ignorante de lo que acontecía en El Alto, como si viviera en otro planeta. Los pocos que nos dimos cuenta de que había una masacre, sabíamos que al día siguiente, cuando despertasen, se encontrarían con una pesadilla. La mañana del domingo fui al mercado, donde los pocos puestos abiertos eran abordados por amas de casa, quienes, con la angustia reflejada en sus rostros, trataban de comprar lo que podían.
Los días que siguieron fueron de silencio y desabastecimiento. En los barrios paceños, la gente salía a la calle y hacía fogatas para protestar, en un verdadero levantamiento popular. Como no había gasolina, los mercados permanecieron cerrados y quienes vendían víveres lo hacían a escondidas y especulando.
Los que tenían trabajo iban a pie, a dedo, en fin, como podían. La información por los medios de comunicación era pobre. Entre las más fiables estaba radio Francia Internacional, cuyos informativos eran esperados con ansias. Después supe que las noticias que mis compañeros periodistas enviaban desde El Alto eran ignoradas por sus medios de comunicación gonistas: “aquí no pasaba nada”.
No había pasado mucho tiempo desde que Gonzalo Sánchez de Lozada asumiera por segunda vez el poder en 2002. Esa ocasión me pregunté sin cesar cómo era posible que quien había despojado al país de sus recursos y de su riqueza y había regalado YPFB, el LAB y Entel entre otras empresas a los extranjeros mediante la capitalización fuese otra vez presidente de Bolivia.
Y ese trágico octubre de 2003, el gobierno de Goni ametralló a gente pobre que solo pedía que se dejase de saquear al país. Los muertos fueron unos 70 y los heridos muchos más. Esos días hubo una manifestación popular que en lugar de ir a la casa de Goni, donde se encontraba, fue a la plaza Murillo y el capitalizador se salvó de morir linchado. Finalmente, Goni huyó como una rata.
Ese momento recordé los cuatro años de la capitalización, desde 1993 a 1997, en que desde las páginas del semanario Crítica y después desde el vespertino Post Meridium, casi en solitario, Carlos Ponce Sanginés (+), Andrés Soliz Rada, Eusebio Gironda y yo, entre otros pocos, combatimos ese proceso en medio de la adversidad, mientras don Manuel Morales Dávila era encarcelado en San Pedro por haber tenido el coraje de decir la verdad. Hoy, Gonzalo Sánchez de Lozada, Carlos Sánchez Berzaín y Alfonso Revollo viven protegidos en Estados Unidos, bien gracias. Y yo me sigo preguntando si morirán sin recibir castigo.