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Para hablar de libros

Ramón Rocha Monroy, autor de las novelas Potosí 1600 y de El Run Run de la calavera (esta última está incluida entre las 15 novelas fundamentales de Bolivia), impulsa la realización del Primer encuentro de lectores en la Feria Internacional del Libro de Cochabamba, evento que se realizará el 2 de noviembre y que contará con la presencia de las escritoras Sisinia Anze, Amalia Decker y Gaby Vallejo, además de Adolfo Cáceres, Gonzalo Lema, el propio Ramón y mi persona. La idea de esta cita es que hablemos de nuestras lecturas y no de nuestra obra, de qué libros nos marcaron y que autores ejercen y ejercieron cierta fascinación en nosotros.

La invitación me trajo recuerdo a un artículo del gran poeta ruso Joseph Brodsky, titulado Cómo leer un libro, leído en 1988 durante la Primera Feria del libro de Turín, Italia. He aquí algunas de sus reflexiones: “los libros son menos finitos que nosotros. Incluso los peores de ellos duran más que sus autores, principalmente porque ocupan una cantidad menor de espacio físico que quienes los escribieron. A menudo permanecen en los estantes absorbiendo polvo mucho después de que el propio escritor se ha convertido en un puñado de polvo”. Y luego nos alerta de los riesgos de elegir un libro: “En todo caso, nos encontramos a la deriva en medio del océano, con páginas y páginas flotando en todas las direcciones, aferrados a una balsa cuya capacidad de flotación no es segura. La alternativa, por consiguiente, sería desarrollar nuestro propio gusto, fabricar nuestra propia brújula, familiarizarnos, por así decirlo, con estrellas y constelaciones particulares: opacas o brillantes, pero siempre remotas. Esto, sin embargo, requiere montones de tiempo, y bien podría uno encontrarse viejo y gris buscando la salida con un infecto volumen bajo el brazo. Otra alternativa (o quizás solo parte de la misma) es proceder de oídas: la opinión de un amigo, una referencia encontrada en un texto que nos gusta. Aunque de ninguna manera institucionalizado (lo que no sería una mala idea), este tipo de procedimiento nos es familiar a todos desde la primera niñez. Pero también la seguridad que nos da resulta pobre, pues el océano de la literatura disponible se hincha y se amplía constantemente, como de sobra lo atestigua esta feria del libro: no es sino otra tempestad en ese océano”.

En mi caso, mis primeras lecturas estuvieron marcadas por la influencia de mi padre, escritor, poeta, historiador y periodista, quien en respuesta a mi infantil pregunta de por qué me había bautizado con el feo nombre de Homero, me trajo una versión para niños de La Iliada, con dibujos incluidos y ahí empezó mi romance con los libros, luego leí La odisea y pobre de aquel que osara preguntarme por qué me llamaba así, entonces superaba mi tartamudez y les contaba las grandes obras del griego en mi propia versión que, por supuesto, no ha debido ser la mejor, y siempre que lo hacía le agregaba algo de las leyendas amazónicas que escuchaba contar a Nemecia, mi abuela materna.