¿Pueblo vendido?
Bolivia sigue en el camino de los caudillismos. Se cae, una y otra vez, en el mismo pragmatismo
Para alguien que no ve televisión hace años, la campaña electoral que concluyó con la reelección del presidente Evo Morales es menos circense de lo que ya se presentó a lo largo de la gestión, en las idas y los devenires de la política boliviana. El manejo de las noticias enturbia aún más la falta de verdadera información que contribuya a la formación de criterio de los votantes.
Si bien las redes sociales se encuentran plagadas de tonos y desentonos, permiten la difusión de voces más sensatas que sí ayudan a construir un análisis menos afectado por broncas, fanatismos, deslumbramientos e ignorancia que, en gran medida, cumple esa calificación de atrevida.
Una de las muchas descalificaciones a la que hicieron coro en las redes sociales ha sido la de condenar como “pueblo vendido” a Santa Cruz, por el voto favorable al partido de gobierno, y las acciones individuales de algunos y algunas que, a lo largo de su vida pública, fueron detractores furibundos y grotescos de las figuras de turno del Movimiento Al Socialismo (MAS). Acciones extensivas a la silenciosa movida de actuales gestiones cruceñas en muchas instituciones que se caracterizaron por la misma oposición corporativa, desde el advenimiento del nuevo régimen gubernamental nacional.
Los demorados resultados transmitidos por el Tribunal Supremo Electoral señalan que la mayoría de los escaños uninominales de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra fueron logrados por la oposición. Aquí, donde cada circunscripción cuenta con más habitantes que la mayoría de las ciudades intermedias del país, la gente eligió cruzar la papeleta, otorgando confianzas repartidas.
La consigna “la unidad es el camino” no funcionó. La intención de conformar un frente amplio quedó en eso: las disputas son las mismas de siempre, quién va primero, cuántos y cuáles puestos en las listas corresponden a la agrupación de mediáticos que más puja…
No hubo “luna llena”, como hubiera querido Evo Morales. La mezquindad de negarle al emblemático Ernesto Suárez la candidatura a la presidencia, coherente con el reclamo de reconocimiento de las diferencias, de enjuiciamientos inacabables y dudosos por asuntos administrativos y supuesto terrorismo, acabó con la otrora mentada “media luna”, y la oposición no tuvo o no supo proponer un proyecto alternativo convincente.
Juan del Granado perdió la sigla de su laboriosamente construido y paceñísimo Movimiento Sin Miedo (MSM), sin lograr tampoco integrar propuestas ni alianzas con otras regiones del país. Tuto Quiroga jugó, a última hora, a entretenerse en la nostalgia de ser tomado en cuenta sin éxito.
Bolivia sigue en el camino de los caudillismos. Se protesta de boca para afuera en contra de esta forma de hacer política, y se cae y recae, una y otra vez, en el mismo pragmatismo. A la hora de repartir culpas, nada cambiará en tanto cada ciudadano y ciudadana asuma su responsabilidad pública de participar activamente en las decisiones colectivas, más allá del voto final, y mientras los propietarios de aquella condición se sientan cómodos y confiados de que la participación social exorcice sus picos de molestia en los títulos mediáticos de la jornada, como fuego de chala.