Primero fue el nuevo Gobierno sueco, que el 2 de octubre anunció que reconocería al Estado palestino. Luego ha venido el Parlamento británico, que en una votación impuesta por los parlamentarios laboristas el 13 de octubre, votaron (274 contra 12) a favor de ese mismo reconocimiento. La decisión del Gobierno sueco no es improvisada ni se produce en el vacío, pues su nueva ministra de Exteriores, Margot Wallström, ha sido comisaria europea y conoce perfectamente cuál es la posición de la UE en la cuestión y cuáles son las consecuencias de esta decisión unilateral por parte de Suecia.

Algo parecido se puede decir del Parlamento británico: Reino Unido no solo es uno de los países que más ha apoyado a Israel en las últimas décadas, sino de los más sensibles ante el terrorismo yihadista. Que Ed Miliband, líder de la oposición de un país con asiento permanente en el Consejo de Seguridad, se sume a esa demanda de reconocimiento unilateral es todo un reflejo de cómo se le están torciendo las cosas al Gobierno israelí.

Israel siempre ha vivido bajo una amenaza existencial. En tiempos pasados fue la hostilidad de sus vecinos árabes, empeñados en negar su existencia, para lo cual no dudaron en recurrir a la guerra.

Luego fue el terrorismo de Hamás y de organizaciones afines, que sembraron Israel de atentados suicidas. Finalmente fueron las palabras del presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, negando el Holocausto y procediendo a desarrollar un programa nuclear militar. Pero mientras que Israel derrotaba militarmente a sus vecinos, bloqueaba a los terroristas con una serie de muros y lograba que la comunidad internacional (China y Rusia incluidas) se uniera para forzar a los iraníes a suspender su programa de enriquecimiento de uranio, obviaba cómo el apoyo internacional se iba agotando hasta prácticamente desvanecerse.

La última campaña militar israelí en Gaza, con el desastroso balance de víctimas civiles que dejó tras de sí, ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de muchas cancillerías europeas. Los gobiernos europeos, y hasta el muy proisraelí Gobierno estadounidense, están hastiados de tener que defender lo indefendible. Al enfado con Israel por sus excesos en Gaza se suma ahora la reanudación de los asentamientos y la confiscación de tierras en Cisjordania, una medida que muestra la impunidad del gobierno de Netanyahu, convencido de haberle tomado la medida a los europeos y de poder torearlos a su antojo.

En todas estas idas y venidas, Israel viene olvidando algo esencial: que la pérdida de legitimidad internacional es tanto o más peligrosa que todas esas amenazas existenciales. En la mente de muchos, Israel ya hace tiempo que, en su trato con los palestinos, ha cruzado la línea que le sitúa del lado de regímenes como la Sudáfrica del apartheid. Ahora, esas actitudes, críticas en privado pero silenciosas en público, van emergiendo, conociéndose y convirtiéndose en políticas de reconocimiento unilateral a Palestina.

Instalado en una falsa sensación de seguridad, Israel no parece percibir el cambio en la percepción de la opinión pública europea y sus consecuencias. Pero lo cierto es que se le agota el tiempo y que, si sigue así, acabará siendo un país paria, aislado y apestado internacionalmente.