Icono del sitio La Razón

Internet y la economía digital

Internet llegó hace tiempo y para quedarse. A ratos a los bolivianos la red se nos queda congelada, pues en nuestro país los vacíos de infraestructura son harto notorios. Como quiera que sea, internet se ha convertido en una plataforma de uso cotidiano para cada vez más gente; muchas de nuestras interacciones se mueven en las redes sociales, el entretenimiento y la música fluyen a través de canales on line, y la red nos ofrece terabyte tras terabyte de bibliografía y videografía para aprender sobre cualquier cosa que deseemos.

La cantidad de productos y servicios que se pueden transar y/o se pueden generar a partir del internet es casi inimaginable; tenemos los servicios de llamadas VoIP, el monitoreo de cámaras de seguridad, las transferencias bancarias y un largo etcétera. La economía asociada a internet y a las tecnologías de la información y comunicación ha sido bautizada por algunos analistas como economía digital. En este mundo se mueve una importante cantidad de riqueza, en producción y en comercio internacional.

La economía mundial desde hace ya varias décadas que muestra una participación paulatinamente menor de la manufactura, y aún mucho menor de la agricultura, respecto a los servicios. La economía digital sigue esta tendencia. En otras palabras, en el mundo son los servicios los que paulatinamente están generando una mayor cantidad de riqueza y también de empleo.

Esencialmente esta tendencia está definida por la cada vez más alta productividad del sector industrial mundial, que pone a nuestra disposición una masa de artículos de consumo cada vez más baratos. En este marco, la economía digital se mueve junto con las tendencias globales, de la preeminencia en la producción de bienes físicos, a la preeminencia de los servicios.

Es en este mundo, en el de internet y de la economía digital, donde se están desarrollando muchas de las innovaciones que van a marcar tendencia en el futuro. Por ejemplo, lo de moda hoy es el “internet de las cosas” (IoT, según sus siglas en inglés), que se refiere a la interconexión de artefactos vía red con una identificación única entre sí, desde los famosos lentes de Google, hasta la comunicación entre vehículos que eventualmente se conducirán automáticamente.

La geografía de economía de internet y del mundo digital se comporta, al igual que el resto de la economía, como una red articulada desde los nodos centrales de acumulación e innovación, usualmente ubicados en los países más desarrollados, hacia los países de desarrollo medio y, finalmente de menor desarrollo, en una jerarquía decreciente de valor económico.

Este esquema nos sitúa a bolivianos y bolivianas en una escala de eslabones menos rentables de las cadenas de valor digitales, pero no por ello son los más despreciables; mal que bien, este nuevo tipo de economía desarrolla algunas capacidades de innovación y genera mercados laborales que pueden ser al menos un poco más sofisticados que los tradicionales.

La mayor preminencia de los servicios por encima de la manufactura, en la generación de riqueza, nos alerta de un mundo que hace rato ya es posindustrial y que además es crecientemente digital. Como país ya estamos articulados a este mundo. En un horizonte de superación del patrón primario exportador, es por demás pertinente preguntarse en qué punto específico de la cadena de valor nos estamos conectando a este mundo, cómo podemos mejorar nuestra situación de país en ese contexto y qué herramientas necesitamos para lograrlo. Pensar en digital es un desafío para el futuro.