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Prosperidad compartida contra la desigualdad

/ 26 de octubre de 2014 / 04:01

Hemos logrado enormes avances durante los últimos 25 años en la lucha contra la pobreza. En 1990, el 36% de la población mundial, es decir, 1.900 millones de personas, ganaba menos de $us 1,25 al día. Para el año próximo, estimamos que esa tasa habrá caído al 12%, lo que representa una reducción de dos tercios en 25 años. Esto significa que, para el año que viene, habrá 1.000 millones de personas menos que en 1990 sumidas en la pobreza extrema. Es un progreso enorme. Sin embargo, será mucho más difícil ayudar a los siguientes 1.000 millones a salir de la pobreza. Tenemos mucho trabajo por hacer, en especial en África al sur del Sahara, donde unos 450 millones de personas se despiertan cada día en la pobreza.

En el Grupo Banco Mundial tenemos dos objetivos: poner fin a la pobreza extrema a más tardar en 2030 e impulsar lo que denominamos la “prosperidad compartida” entre el 40% más pobre de la población de los países en desarrollo. Impulsar la prosperidad compartida significa trabajar para asegurar que el crecimiento de la economía mundial permita mejorar el nivel de vida de todos los miembros de la sociedad y no solo de unos pocos afortunados. Significa elevar los ingresos del 40% de las personas de ingreso más bajo de los países en desarrollo.

El impulso de la prosperidad compartida también se centra en mejorar la igualdad de género y el acceso de las personas de bajos ingresos a alimentos, vivienda, agua potable, saneamiento, servicios de salud, educación y empleo. Esencialmente es un objetivo para reducir la desigualdad. Como lo demuestra la propagación del virus del ébola en África occidental, la importancia de este objetivo es clarísima. En los países de ingreso alto y mediano existen los conocimientos y la infraestructura para brindar tratamiento a los enfermos y contener el virus. Sin embargo, por muchos años, hemos fracasado en dar acceso a esos conocimientos e infraestructura a las personas de bajos ingresos de Guinea, Liberia y Sierra Leona. Actualmente en esos países están muriendo miles de personas porque, en la lotería de la vida, nacieron en el lugar equivocado.

Impulsar la prosperidad compartida también es importante para lograr la justicia. Oxfam International, la organización de lucha contra la pobreza, informó recientemente que la fortuna combinada de las 85 personas más adineradas del mundo equivale a lo que poseen los 3.600 millones de personas más pobres. Con tantos habitantes de África al sur del Sahara, Asia y América Latina sumidos en la pobreza extrema, esta situación es una mácula en nuestra conciencia colectiva. Proteger la capacidad de las personas de obtener una retribución financiera por su arduo trabajo y el éxito alcanzado es sumamente importante. Ello genera motivación, impulsa la innovación y permite a las personas ayudar al prójimo.

Durante la década de 2000, las tasas de crecimiento de los ingresos del 40% más pobre de la población fueron más altas que las de la población general en 52 de los 78 países de ingreso bajo. Pero los logros dispares respecto de los objetivos de desarrollo del milenio establecidos por las Naciones Unidas muestran que el bienestar general de los hogares ubicados en el 40% más bajo sigue siendo mucho menor que el de los de más ingresos. En otras palabras, aun cuando sus entradas aumentaron con mayor rapidez, las familias de ingresos bajos no cosecharon los mismos beneficios sociales (acceso a los alimentos, agua potable y saneamiento) que los más prósperos.

La manera en que el Grupo Banco Mundial aborda el desafío de la desigualdad es impulsando la prosperidad compartida. La experiencia nos dice que, para lograr este objetivo, también es esencial aplicar cuatro estrategias: consolidar el capital humano, construir redes de protección social bien diseñadas e implementadas, ofrecer incentivos al sector privado para que cree empleos de calidad y aplicar políticas sostenibles desde el punto de vista fiscal y ambiental para alcanzar estos fines. La prosperidad compartida forma parte de nuestros dos objetivos por una razón muy simple: es indispensable para poner fin a la pobreza.
 

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Educación de calidad y desarrollo

La educación de calidad es crucial para el futuro de América Latina y  el Caribe

/ 9 de mayo de 2015 / 04:03

En apenas cinco meses Perú será el anfitrión de las reuniones anuales del Grupo del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI) de 2015, reuniendo a ministros de economía de todo el mundo y líderes de organizaciones internacionales, corporaciones y sociedad civil. Será una gran oportunidad para que la región muestre sus avances sociales y económicos a todo el mundo, y también para destacar cómo los países de América Latina y el Caribe pueden encarar un crítico problema mundial: mejorar la calidad de la educación juvenil.

Estas reuniones llegan en un momento crítico para el desarrollo de la región. Desde inicios de la década de 2000, el número de personas viviendo en la pobreza extrema en los países latinoamericanos se ha reducido a la mitad, mayormente gracias a un notable crecimiento económico. Sin embargo, el 12% aún vive con menos de 2,50 dólares al día. El coeficiente de Gini de la región, un indicador ampliamente usado para medir la desigualdad, descendió casi siete puntos porcentuales entre 2003 y 2012, a medida que millones de personas se unían a la clase media. Hoy en día, sin embargo, este indicador de desigualdad sigue siendo elevado y su descenso podría estar estancándose. Con un crecimiento que se desacelera, seguir reduciendo la pobreza y alcanzando la prosperidad compartida podría llegar a ser difícil.

Existen pruebas fehacientes de que una manera de fomentar efectivamente el crecimiento y abordar la pobreza y la desigualdad es a través de inversiones en capital humano. Cuando invertimos en las niñas y las mujeres, por ejemplo, el impacto sobre el bienestar de los pobres extremos se multiplica. Estudios muestran que las madres educadas tienen hijos más saludables, y que las mujeres con recursos financieros son más propensas a invertir en la generación venidera.

Los gobiernos de América Latina y el Caribe conocen esta situación de primera mano. En los últimos diez años de rápido crecimiento económico sus inversiones en educación ayudaron a elevar la tasa de inscripción escolar, mientras que el acceso a la educación primaria es prácticamente universal. Pero asistir a la escuela es apenas el primer paso, el siguiente es asegurarse que los alumnos estén aprendiendo. Obtener mejores resultados educativos es crucial si queremos que los alumnos desarrollen las habilidades necesarias para competir en un mercado laboral que año a año se vuelve más globalizado.

La prestación de una educación de calidad sigue siendo una labor en curso para la región. Los resultados de los exámenes PISA de 2012 mostraron que los alumnos latinoamericanos de 15 años habían adquirido, en promedio, dos años menos de conocimientos que sus contrapartes de países más ricos, y cinco años menos que los adolescentes de Shanghái.

Dentro de la región, los alumnos pobres tienen un desempeño mucho peor que sus contrapartes más acaudaladas, y esta brecha comienza a una edad temprana: los niños de seis años del 25% más pobre de la población en algunas partes de la región tienen dos años y medio de retraso en términos de aprendizaje versus los estudiantes del 25% más rico. En julio del año pasado, el Grupo del Banco Mundial publicó un informe que reveló que la deficiente enseñanza en los países de América Latina y el Caribe estaba teniendo un impacto sobre los alumnos equivalente a un día menos de clase por semana.

Algunos países de la región ya están tomando medidas al respecto. Un gran ejemplo es Perú, al que estaré visitando esta semana y en donde trabajé por muchos años como médico, luchando contra la tuberculosis en comunidades pobres. El Gobierno de Perú recientemente llevó a cabo una serie de nuevos programas para mejorar el desempeño estudiantil en las escuelas primarias del Estado. El Banco Mundial trabaja junto al Estado peruano para supervisar y ayudar a mejorar los resultados del aprendizaje estudiantil, ayudando a cerrar la brecha de desempeño tanto entre regiones como entre niveles de ingreso. Perú también está ayudando a la juventud de las áreas más pobres a acceder a la educación superior, brindando nuevas oportunidades para mayor aprendizaje.

Enfatizar la calidad educacional, conservando las conquistas en asistencia, es crucial para el crecimiento económico ulterior de la región. Aquellas políticas y programas que mejoren el aprendizaje estudiantil generarán puestos de trabajo y acelerarán los aumentos en el ingreso, especialmente entre los pobres y vulnerables. Esto significa que las personas podrán salir de la pobreza extrema por sus propios medios y que muchos más podrán compartir la riqueza recientemente creada.

Los países de América Latina y el Caribe ya registran una notable historia de crecimiento económico y reducción de la pobreza. Ahora que estamos rumbo a las Reuniones Anuales de 2015, mejorar la calidad de la educación mediante una revolución en el aprendizaje debe convertirse en la nueva lección de la región para el mundo.

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Un mundo sin pobreza es posible

El fin de la pobreza, un sueño que nos ha atraído e impulsado durante siglos, está hoy a nuestro alcance

/ 12 de mayo de 2013 / 07:11

Actualmente nos encontramos ante una oportunidad histórica. El fin de la pobreza absoluta, un sueño que ha atraído e impulsado a la humanidad durante siglos, está ahora a nuestro alcance. En las últimas décadas, el mundo ha logrado avances impresionantes en la lucha contra la pobreza, un hecho que demasiado a menudo se pierde entre los titulares de las crisis inmediatas. Gracias a la fortaleza de un sólido crecimiento del sector privado, respaldado por una mejor gestión pública económica, hoy en día la pobreza extrema está en retirada en todo el mundo en desarrollo. En 1990, el 43% de sus habitantes vivía con menos de $us 1,25 por día. El Banco Mundial estima que para 2010 esta cifra se redujo al 21%. El primer objetivo de desarrollo del milenio (reducir a la mitad la pobreza extrema) se alcanzó cinco años antes de lo previsto.

En el futuro, si bien no podemos dar por un hecho un alto crecimiento, se dan las condiciones necesarias para que estos buenos resultados continúen. De hecho, si se combinan los éxitos de décadas pasadas con perspectivas económicas globales cada vez más propicias para dar a los países en desarrollo una oportunidad (la primera que jamás hayan tenido) de poner fin a la pobreza extrema en el curso de una sola generación.  Nuestro deber colectivo, ahora, es hacer que a esas circunstancias favorables se aúnen decisiones deliberadas que logren convertir en realidad esta extraordinaria oportunidad.

El mundo puede terminar con la pobreza extrema antes del final de 2030. Este ambicioso objetivo, pero factible, debe aportar unidad, sentido de urgencia y energía a nuestros esfuerzos colectivos. Para cumplir con este plazo será necesario un crecimiento fuerte y estable en todo el mundo en desarrollo, especialmente en África al sur del Sáhara y Asia meridional. Se requerirán políticas para aumentar la inclusión y evitar incrementos de la desigualdad y garantizar que el crecimiento se traduzca en una reducción de la pobreza, principalmente a través de la creación de empleo. Serán necesarias transformaciones en los Estados frágiles, en los que habita una mayor proporción de los pobres del mundo. Y será preciso evitar o mitigar posibles crisis, como desastres climáticos o nuevas crisis de alimentos, combustibles o financieras.

No será fácil, y se necesitará un esfuerzo mundial coordinado entre los gobiernos, los donantes, la sociedad civil y el sector privado. Pero, ¿hay alguien en algún lugar que dude de que la recompensa no vale el esfuerzo?

El avance hacia la eliminación de la pobreza tendrá que ser sostenido en el tiempo y abarcar las generaciones futuras. Debemos promover la prosperidad compartida, ayudando a las personas vulnerables a que no vuelvan a caer en la pobreza. Y, sobre todo, si no se toman medidas audaces a nivel global, un catastrófico proceso de calentamiento del planeta pone en peligro los adelantos alcanzados. El cambio climático no es sólo un desafío ambiental, sino que representa una amenaza fundamental para el desarrollo económico y la lucha contra la pobreza.

El Grupo Banco Mundial no pretende ser el actor clave en la eliminación de la pobreza. El progreso hacia esta meta, como siempre, seguirá dependiendo principalmente de las acciones de los mismos países en desarrollo. Pero estaremos allí para ayudar. Colaboraremos con nuestros socios para intercambiar conocimientos acerca de las soluciones para terminar con la pobreza.

Observaremos de manera estrecha los avances alcanzados con miras al logro de este objetivo, e informaremos anualmente sobre lo que se ha logrado y las brechas que persisten. Y nos valdremos de nuestra capacidad de convocatoria y promoción para recordar constantemente a los formuladores de políticas y a la comunidad internacional lo que está en juego. Si actuamos hoy, tenemos la oportunidad de crear un mundo para nuestros hijos que se caracterice por oportunidades para todos y no por marcadas inequidades. Podemos y debemos alcanzar la meta de un mundo sin pobreza

Es presidente del Grupo Banco Mundial.

El presente artículo es una adaptación de un discurso que pronunció en la Universidad de Georgetown , Washington.

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