Guía para turistas
Duele vivir flotando en un país deshabitado, sin mar, sin paz, sin pan, sin democracia...
Disculpen los turistas el desorden en el que casi siempre aquí vivimos, si con eso alteramos su programa, ayam sorri, señores, lo sentimos. No es que nos guste vivir alborotados, ni que nos satisfaga el trago amargo de la violencia, el odio, la venganza… Es una historia aparte, un cuento largo. Pero, amigos turistas, no hay motivo para que ustedes también se pongan serios, viajen por el país, vayan tranquilos, no se manejen según nuestros criterios.
Por su bien, caminen insensibles, endurezcan a piedra el corazón; no se conduelan, no, ni nos defiendan si ven que nos golpean a traición. Si escuchan un sollozo no investiguen, ¿dónde, por qué se sufre, quién ha sido…? Inquiétense más bien si no lo escuchan, pero sigan de largo hasta el olvido. Si al andar por las calles ven de pronto al pueblo perseguido por soldados, no se alarmen, ocurre en todas partes donde existen territorios ocupados.
No vayan de turismo por las minas, reinos inmemoriales del ultraje, ni hagan reservaciones de pasajes cuando se anuncie tiempo de masacres. Manténganse lejos de los pobres, observen su dolor con largavista, porque lo que parece un Padre Nuestro para el Gobierno es un rumor foquista.
Si en sus notas de viaje ya escribieron: “November five, La Paz, 300 muertos”, será bueno que agreguen en post data que el Canal 7 dijo que no es cierto. No es verdad tanta noche en pleno día, no es verdad tanto pueblo sumergido en torva impunidad, brutal castigo por un pecado tampoco cometido.
Cuánta gente caída en Todos Santos. La Paz es un altar para los muertos, sin ofrendas, coronas, duelos, rezos, porque la sangre corre y los difuntos están aún con los ojos abiertos. Ay, señores, duele vivir flotando en la espuma del miedo y la desgracia, de habitar un país deshabitado, sin mar, sin paz, sin pan, sin democracia.
Franceses, japoneses, italianos, norteamericanos que nos hacen flecos, turisdólares, acepten un consejo: aquí en Bolivia háganse los suecos. Al cruzar la soledad del altiplano verán que la impaciencia ya germina en un salar que guarda un mar de ira con la aguantada lágrima campesindia.
Fotografíen piedras y nevados, antiguos santos de viejas catedrales, llévense suvenires de las ruinas y los escombros de nuestras libertades. Pero sepan con el viento huracanado que esta sangre confluye en una tea alta y ardiente, que alumbra para siempre la rebeldía nacida en la pelea. Y antes de volver a sus países, leidis an yentlemens, un momentito: no digan que en Bolivia todo es barro, ni que vieron llorar al Monolito.
(Texto escrito hace 35 años y publicado en el semanario “Aquí” el 7-XI-1979. Válido para la memoria histórica y para que ya “Nunca más” ocurra en Bolivia).