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Las tentaciones de Gigia

Gigia Talarico, musa que vuela entre los cafés de la avenida Monseñor Rivero, con sus cabellos alborotados por el viento cruceño, que es lo más libidinoso que hay, perturbando miradas a su paso, hace de la poesía, sustantivo femenino, un arte de la imagen. Insisto en lo de sustantivo femenino porque en sus imágenes está la mujer detrás de cada palabra.

Está la amante desplegando sensualidad en sus Ángeles de fuego. La madre aterrorizada por los “ojos vacíos” de su criatura, la mujer plena que es capaz de derribar muros de silencios con una sonrisa.

La conocimos como escritora de cuentos infantiles, tiernos y evocadores, diferentes a los crueles y maniqueos clásicos europeos. Un día, hace ya algunos años, se animó y encendió sus alas en su primer libro de poemas, Ángeles de fuego, y le puso color Púrpura a los versos de su segundo poemario. Las alas son hojas, hojas las alas, colores las palabras y las palabras son colores, para Gigia. En estos dos libros de poemas se reveló a una poeta delicada y fina que trabaja el verso cuidando la semántica de las palabras, dotándole de un sentido metafórico a todo el poema. Gigia no hace aspavientos de sus metáforas, no se promociona como la intelectual de moda, ni habla de cosas que no entiende. Ella habla de arte, ella escribe poemas para hacernos saber que no estamos solos, que siempre habrá alguien escribiendo una línea para nosotros.

La poesía de Gigia Talarico va más allá de la imagen literaria. Sus palabras, sus versos, su poética misma evocan dimensiones extrañas que nos estremecen, que nos conmueven, que desentierran emociones olvidadas por el caos cotidiano. Gigia enciende en cada poema, de este y otros libros, el espíritu inmemorial de la palabra primigenia que nos recuerda que somos vulnerables a los imponderables instantes de la vida. Una línea imprevisible.

Por eso nos conmueve cuando leemos: “La manzana dorada es un libro hermoso y no solo por el contenido, sino también por la hechura del mismo, el acabado, la tapa, los dibujos de Lara Sabatier son, iba a decir realmente maravillosos, pero realmente no es la palabra precisa, tal vez sea simplemente maravillosos”.

Antonio Requeni dice en el prólogo que “una mirada a la vez desasosegada y tierna, inquisidora y melancólica, nostálgica y sensual, preside estos poemas escuetos en su forma e intensos en su contenido”. Y yo tuve el atrevimiento de escribir en la contratapa lo siguiente: “La manzana dorada de Gigia Talarico, Premio nacional de Poesía 2013, por demás bien merecido, se trata de un poemario intenso, que continúan la línea de los anteriores poemarios en la estructura del poema, pero no en el contenido. Con poemas breves e intensos, de versos cortos y profundos, nos remite a la tentación, a la sensualidad, a los recuerdos primigenios y al éxtasis de la palabra revelada para el goce y el amor. Como en este preciso y hermosísimo poema: ‘Hoy/ desperté como manzana/ crujiente y tentadora/ crucé la verja/ y entré a gozar del paraíso”.