Homenaje a Cataluña
Las fronteras son líneas imaginarias que se trazan y se borran fácilmente, solo los pueblos son inmanentes
Con un relato autobiográfico titulado Homenaje a Cataluña hace siete décadas George Orwell rendía homenaje al pueblo catalán, que (como ningún otro en la península ibérica) supo resistir el avance de las hordas franquistas a la caída de la República española. Por ese épico comportamiento, los catalanes fueron menospreciados y asediados durante el tiempo que duró la dictadura.
En la actualidad, cuando en Escocia y en otras latitudes reviven los particularismos, los catalanes organizaron, con marcado éxito, el 9 de noviembre último (9-N) una consulta popular para refrendar su vieja aspiración independentista. Más de 2 millones de ciudadanos acudieron a las urnas para reafirmar su inquebrantable deseo de emanciparse de la tutela de Madrid, pese a la terca indisposición del poder central de organizar un referendo vinculante.
Como en el tema escocés, sobraron las amenazas y las ingenuas advertencias si acaso esa indómita población se manifestaba; entre ellas, un manifiesto suscrito (también) por el ganador del Premio Nobel Mario Vargas Llosa, en el que se afirma que los nacionalistas “no quedarán satisfechos ni aun por mayores concesiones del Estado español, arreglos fiscales mejorados e incluso un reconocimiento más profundo de las singularidades culturales y lingüísticas de Cataluña”, y con alarma se sostiene que lo que los catalanes quieren es ser “distintos del resto”.
¡Imagínense tamaña blasfemia! Ridícula denuncia que ignora la Convención internacional sobre Diversidad Cultural, urdida en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) en 2005, con la activa participación de quien escribe estas líneas.
Naturalmente que los catalanes y otras comunidades culturales (que ya en 1993 anuncié en mi libro Pueblos sin voz) pueden y deben hacer uso del principio básico del derecho de autodeterminación consagrado en la Carta de las Naciones Unidas, sin que centralismos estatales impidan sus legítimas demandas. Los Estados aparecen y desaparecen, las fronteras son líneas imaginarias móviles que se trazan y se borran fácilmente, solo los pueblos son inmanentes. Las implosiones de la Unión Soviética y de Yugoslavia, la unidad alemana y la inminente reconstitución de Kurdistán, reuniendo a una diáspora impuesta por las potencias coloniales, ratifican nuestra reflexión.
Quienes impugnan la aspiración a que se reconozca la diferencia catalana no aceptan el concepto de que las naciones, como las personas, requieren para vivir dignamente de la autoestima y no estar obligadas a mimetizarse entre la población hegemónica que terminará por absorberlas, causando la desaparición de su lengua, de su cultura y de sus usos y costumbres ancestrales. El mundo es rico por su diversidad, y ante el avasallamiento de la ola globalizadora, de la “macdonalización” del planeta, desafíos tales como el catalán y el escocés merecen nuestra solidaridad, con el homenaje más sentido a su coraje cívico.