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Memento mori

Recordar que todos vamos a morir no es de un refinado gusto navideño, sin embargo, un excelente libro me obliga a recordarte el tema. Tanto el que escribe esta nota como el que la lee, y los miles que ni siquiera la conocen, partiremos algún día. Para ese pomposo y último acto las sociedades han construido necrópolis o ciudadelas para honrar la memoria de sus muertos. Para los que no quieren dejar huella, sus deudos los dejan navegar mientras arden o los meten a la hoguera para una aséptica cremación. Son formas diversas de consumar el paceñísimo “ahí nos vemos”.

Nuestro “ahí nos vemos” construyó en esta ciudad cementerios, legales o clandestinos, ajardinados o yermos, pero de todos ellos el Cementerio General quedará en nuestro imaginario urbano por sus rituales, sus valores patrimoniales y por sus múltiples  leyendas. Honrando la memoria de ese lugar, la Oficialía Mayor de Culturas ha publicado el libro Cementerio General, el panteón de la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, que  les aconsejo que lo lean.

La investigación, a cargo de jóvenes profesionales de la municipalidad, está dividida en varios capítulos: prácticas funerarias prehispánicas y coloniales, la evolución histórica del Cementerio General, las tipologías de mausoleos y tumbas, los símbolos en las esculturas y lápidas, para concluir con las expresiones culturales como el Día de Todos Santos, las ñatitas y el Entierro del Pepino. Es decir, todo el abanico de información, tangible e intangible, ilustrado con fotografías, planos y gráficos históricos o de reciente factura. Una joyita de información que te permite ubicar los mausoleos y tumbas más representativos de las distintas zonas del Cementerio, para reconocer obras y personajes. Verbigracia: ¿quién construyó la bella columna trunca de mármol negro en homenaje a Busch? ¿Dónde están las tumbas de Carlos Palenque o de Jaime Saenz? ¿Quién construyó el panteón Soligno, quizás el más bello de todos? ¿Y el panteón de los Masones, quizás el más feo? ¿Cuál es el Mausoleo por las Campañas del Acre que diseñó Emilio Villanueva (al que dediqué un texto místico en el finado Juguete Rabioso)? ¿Dónde están las obras del escultor Hugo Almaraz? ¿De Marina Núñez del Prado? ¿Qué tipos de lápidas e imágenes dolientes existen? En fin, un cúmulo de datos, estudios y fichas que recuperan para la memoria de esta ciudad el gran valor patrimonial del Cementerio General, que clama por una urgente puesta en valor de sus pabellones, sectores y espacios públicos.

Para incitarlos a su lectura y para rematar este memento mori reproduzco la inscripción de lápida de Gregorio Reynolds por su eterna validez: “Vivir sin hacer daño, morirse de repente, son la envidiable vida y la envidiable muerte”.