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‘La entrevista’

Aunque no ha sido un acto de guerra, nos dice mucho sobre cómo serán las guerras futuras

/ 2 de enero de 2015 / 04:50

Ha sido un ataque en toda regla. De eso no hay duda. Durante 15 días, Sony Pictures fue asaltada por unos piratas informáticos que se presentan bajo el nombre orwelliano de Guardianes de la Paz. Los empleados no podían identificarse en sus ordenadores y fueron robados y publicados numerosos de sus documentos confidenciales. La empresa quedó paralizada durante dos semanas y pronto apareció la vinculación con la inminente difusión de la comedia cinematográfica La entrevista, que narra el asesinato del dictador norcoreano Kim Jong-un, encargado por la CIA a dos reporteros que tienen que entrevistarle.

Más dudoso es que se pueda calificar de acto de guerra. Corea del Norte también ha calificado como tal la difusión de la película y ha amenazado a Estados Unidos con que, de producirse, “tendrá consecuencias”. Obama lo considera un acto de cibervandalismo, y no solo por las abundantes pérdidas materiales para Sony, sobre todo por las dos semanas con su sistema informático paralizado y la suspensión de la distribución de la película a 3.000 salas de cine de todo el país el día de Navidad, una de las jornadas de mayor taquillaje del año.

Aunque no ha sido un acto de guerra, nos dice mucho sobre cómo serán las guerras futuras. Hay unos enemigos que ni siquiera se identifican, unos actores que ni siquiera son Estados, como es el caso de Sony, y unos métodos próximos al terrorismo, con la finalidad de doblegar la voluntad y quitar la libertad a las sociedades sin necesidad de usar la fuerza.

Obama ha dado toda una lección de cómo hay que enfrentarse a ellos, con una enérgica demanda a la productora y los distribuidores para que no permitan una limitación de la libertad de expresión por decisiones ajenas. Hollywood, en cambio, ha exhibido su cobardía al plegarse a los deseos de Corea del Norte y retirar el filme del gran circuito comercial.

No hay mejor campaña publicitaria que la que ha hecho Corea del Norte con su chantaje. Puede incluso que La entrevista sea
una mala película, pero todos tenemos ganas de verla y la vamos a ver, aunque solo sea para contribuir a la denuncia de un régimen atroz, tal como lo retrata un reciente informe de Naciones Unidas.

Hay que tener mucho aplomo para intentar dictar desde Pyongyang qué películas pueden verse en EEUU, sea directamente a través de sus servicios secretos o de unos piratas voluntarios que se ponen a su servicio. Es una demostración de que el joven Kim Jong-un, de 31 años y solo tres en el poder, se siente cada vez más seguro y arrellanado en su poltrona dictatorial, enseñando los dientes al mundo después de haber purgado violentamente su entorno. Ir al cine contra Kim Jong-un no es un acto de guerra, pero contribuye a la paz y a la libertad frente a las dictaduras.

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La Europa de posguerra

Lo que estamos viviendo estos días es el momento álgido de una guerra geoeconómica

/ 27 de agosto de 2012 / 04:23

No es una crisis, es una guerra. Una guerra de nuevo tipo, incruenta, sin pérdidas humanas ni destrucción de ciudades e infraestructuras. Pero guerra al fin: hay unos países que se ven obligados a cambiar gobiernos, reformar instituciones y modificar el modelo de sociedad sin que exista consenso de sus poblaciones, y a veces ni siquiera entre sus líderes. Si la guerra se explica por el propósito de quien la declara de imponer su voluntad sobre el país atacado, lo que estamos viviendo estos días según esta teoría no es más que el momento álgido de una guerra geoeconómica, en la que los países más débiles, los intervenidos, se ven obligados a entregar su soberanía y cumplir las órdenes de los que los intervienen.

Que sea una guerra no da la razón a quienes la pierdan. Al contrario, harán bien los intervenidos en meditar sobre lo que hicieron mal en el pasado que les sitúa ahora en tal trance. Endeudarse por encima de las propias posibilidades, por ejemplo, es una debilidad que se paga muy cara. No sólo en una guerra geoeconómica, como está sucediendo ahora, sino incluso ante una amenaza más convencional en la seguridad. Un efecto directo de los recortes es la disminución del presupuesto militar, y por tanto de la seguridad, ante un mundo emergente, geográficamente muy próximo, que no hace más que incrementar su gasto en defensa.

Más cosas que se han hecho mal. No han funcionado las instituciones, empezando por las europeas. Todo tendría el mayor sentido si estos cambios bruscos en la organización de nuestras sociedades fueran resultado de decisiones adoptadas democráticamente en los distintos niveles de gobernanza europea. No es así. Ninguna de las instituciones europeas que mejor encarnan el proyecto comunitario, la Comisión, el Parlamento y el Tribunal, cuentan para nada en el proyecto de unión fiscal, bancaria y quizá política que estamos construyendo. Cuentan mucho más la Cancillería alemana, el Bundestag y el Tribunal Constitucional. Más que quien dicen que cuentan, que son el Consejo Europeo y el Banco Central.

De hecho, sólo Alemania cuenta. Por el peso de su economía, que significa un tercio de la aportación a las arcas comunitarias. Y por la calidad de sus instituciones, construidas tras la experiencia del nazismo, que obliga a la canciller Merkel a respetar procedimientos, plazos y garantías con un escrupuloso detallismo, en abierto y cruel contraste con la chapuza institucional de otros países.

Pero Merkel se equivoca. Las guerras geoeconómicas tienen la consoladora ventaja de que no se cobran el tributo de sangre de centenares de miles de soldados y de civiles. Pero se pierden y se ganan. La está perdiendo España. Y también la está perdiendo Europa, aunque Merkel se crea ganadora, porque el conjunto europeo va a salir más débil de la contienda que está librando con las nuevas potencias emergentes.

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