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‘La entrevista’

Ha sido un ataque en toda regla. De eso no hay duda. Durante 15 días, Sony Pictures fue asaltada por unos piratas informáticos que se presentan bajo el nombre orwelliano de Guardianes de la Paz. Los empleados no podían identificarse en sus ordenadores y fueron robados y publicados numerosos de sus documentos confidenciales. La empresa quedó paralizada durante dos semanas y pronto apareció la vinculación con la inminente difusión de la comedia cinematográfica La entrevista, que narra el asesinato del dictador norcoreano Kim Jong-un, encargado por la CIA a dos reporteros que tienen que entrevistarle.

Más dudoso es que se pueda calificar de acto de guerra. Corea del Norte también ha calificado como tal la difusión de la película y ha amenazado a Estados Unidos con que, de producirse, “tendrá consecuencias”. Obama lo considera un acto de cibervandalismo, y no solo por las abundantes pérdidas materiales para Sony, sobre todo por las dos semanas con su sistema informático paralizado y la suspensión de la distribución de la película a 3.000 salas de cine de todo el país el día de Navidad, una de las jornadas de mayor taquillaje del año.

Aunque no ha sido un acto de guerra, nos dice mucho sobre cómo serán las guerras futuras. Hay unos enemigos que ni siquiera se identifican, unos actores que ni siquiera son Estados, como es el caso de Sony, y unos métodos próximos al terrorismo, con la finalidad de doblegar la voluntad y quitar la libertad a las sociedades sin necesidad de usar la fuerza.

Obama ha dado toda una lección de cómo hay que enfrentarse a ellos, con una enérgica demanda a la productora y los distribuidores para que no permitan una limitación de la libertad de expresión por decisiones ajenas. Hollywood, en cambio, ha exhibido su cobardía al plegarse a los deseos de Corea del Norte y retirar el filme del gran circuito comercial.

No hay mejor campaña publicitaria que la que ha hecho Corea del Norte con su chantaje. Puede incluso que La entrevista sea
una mala película, pero todos tenemos ganas de verla y la vamos a ver, aunque solo sea para contribuir a la denuncia de un régimen atroz, tal como lo retrata un reciente informe de Naciones Unidas.

Hay que tener mucho aplomo para intentar dictar desde Pyongyang qué películas pueden verse en EEUU, sea directamente a través de sus servicios secretos o de unos piratas voluntarios que se ponen a su servicio. Es una demostración de que el joven Kim Jong-un, de 31 años y solo tres en el poder, se siente cada vez más seguro y arrellanado en su poltrona dictatorial, enseñando los dientes al mundo después de haber purgado violentamente su entorno. Ir al cine contra Kim Jong-un no es un acto de guerra, pero contribuye a la paz y a la libertad frente a las dictaduras.