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Una Policía amable

Por qué si todos somos iguales ante la ley, la ley no es igual para todos? El cuestionamiento molestó a los policías que me ordenaron acompañarlos “al Comando”. Minutos antes les había solicitado, por una urgencia, estacionar el vehículo, por diez minutos, en el único espacio que quedaba de la acera, a la vueltita del Comando Nacional de la Policía, en Sopocachi, donde desde temprano estaban estacionados otros cinco vehículos.

Los motorizados permitidos por la Policía para estacionar sobre la vereda son de policías. Según ellos, ningún otro conductor puede hacer lo mismo sin recibir una sanción; y en mi caso, por reclamar, debía acompañarlos al Comando. Cuando siete policías amenazaban con llevarme a la fuerza, llegaron dos oficiales. Uno me recomendó “no resistir el arresto”, medida de la que desistieron tras un acalorado debate. El mismo miércoles, una hora después (a las 11 de la mañana) volví por el lugar y habían desalojado cuatro vehículos, aunque continuaba el Suzuki de un Mayor de policía.

El episodio es uno más del abuso o exceso de autoridad, donde solo por vestir uniforme, unos tienen más derechos que otros. Dicho de otro modo, a unos se les niega lo que a otros se les permite solo por vestir uniforme. Y la infracción es socapada por otros uniformados, quienes ante el reclamo optan por el “acompáñeme”. Una vez en sus oficinas, harán lo que les plazca contigo, porque ¿qué valor tiene tu palabra frente a la de ellos? Ante una acusación de “faltamiento a la autoridad” con los argumentos que se les ocurra no tienes chance.

En la autopista La Paz-El Alto no existen grandes avisos que adviertan que la velocidad máxima es de 60 kilómetros por hora. Se ubican en una curva y allí “te sorprenden” con “exceso de velocidad”, y la propuesta es si quieres una boleta o un arreglo.

Está prohibido encandilar con las luces altas por la noche, pero los vehículos policiales lo hacen frecuentemente, a pesar de que se pueden provocar accidentes con esta práctica, que “enceguece” a los otros conductores. Hace algunos años, tres días después de haber sufrido el robo de dinero, la policía asignada al caso me invitó a un “reconocimiento” de antisociales que operan en el área donde sufrí el asalto y que habían sido capturados en una redada. La señorita policía era amiga íntima de los antisociales. “Mi Sub, ya estoy 8 horas, hágame salir” decía uno. Otro la invitaba a conversar en privado en una esquina, y en toda la celda la autoridad recibía y daba besos en la mejilla al por mayor. El mundo al revés, quienes deberían temer a la autoridad son amigos de confianza.

Algunos operativos, como el Chacha Puma, también son escenario, en muchas ocasiones, para “negociar” alguna supuesta falta del conductor, previas amenazas de la autoridad.

Aquí no se pretende generalizar las malas actuaciones de algunos miembros de la institución verde olivo; pero llama la atención que quienes no están de acuerdo con esas prácticas, las consientan. El policía es la autoridad que la ciudadanía tiene más a la mano, en quien uno desea confiar. Debería ser normal que la autoridad predique con el ejemplo en esto de acatar las normas, para tener no solo la fuerza, sino sobre todo la moral para hacer cumplir las leyes, porque a uno le enseñan desde niño que el policía es un amigo. Y uno quisiera que sea verdad.