Actualmente una buena manera de reencontrar a personas que no veíamos hace muchos años, tal vez desde la niñez, el colegio o el último año de universidad, son las redes sociales. Atrás quedó la época en que nuestro gran tesoro era una pequeña agenda en acordeón llena de teléfonos borroneados y mal escritos de aquellos amigos, familiares y profesores más queridos. Un objeto que si se perdía, prácticamente nos dejaba en la nada.

También hace unos 20 años, en la época estudiantil, para tener una cita con otra persona debíamos encontrarla al salir del “cole”. Y en la universidad, cuando había que hacer un trabajo en grupo o estudiar para un examen en alguna casa, la hora y el día fijado casi eran inamovibles, ya que contactar a los compañeros para cualquier cambio se hacía muy complicado.

Sin embargo, ¿qué ocurre actualmente? Hoy la mayoría de la población cuenta con teléfonos celulares, bien llamados inteligentes, ya que éstos no solo cumplen una función comunicativa, sino que ofrecen una serie de servicios. Uno de éstos, muy valioso, es el acceso a internet, red que ha beneficiado a los usuarios de todo el mundo, abriéndoles una puerta directa a la información, el entretenimiento, la cultura, el deporte y otros.

Todo está conectado y fríamente calculado (como diría nuestro querido Chapulín Colorado), pues la gente puede optar a tener cuentas de correo virtual en diferentes direcciones (Yahoo, Hotmail, Facebook, Twitter, Linkedin). Generalmente, la gente publica en cada cuenta lo que mejor le parece, es decir fotos, videos de su vida pública y privada, mensajes (positivos, groseros, de reflexión, de alerta, chistosos, etc.), estados de ánimo, enlaces, publicidad. Es así que, bajo cláusulas o notas de confidencialidad de estas redes (las que irresponsablemente nunca llegamos a leer en su totalidad), se publica de todo.

No obstante, ¿dónde radica el peligro? En el hecho de que al subir nuestras imágenes (u otros materiales), la de familiares, amistades y otros estamos exponiendo ante un montón de desconocidos —que no necesariamente son nuestros contactos en la red, pero  tienen acceso por “extensión”— nuestra vida privada y la de otras personas. Lo  lamentable es que está comprobado que entre todos esos “X” se camuflan antisociales de toda índole, y es a ellos a quienes precisamente les estamos ofreciendo la información en bandeja.

Consecuencia de ello son justamente los casos de trata y tráfico de personas, que tienen lugar tanto en nuestro país como fuera de él; muchos de ellos por contacto mediante Facebook, en los que jóvenes han acudido a citas siniestras de las que no retornaron más.

Sin ser alarmistas, creemos que en realidad la única reguladora de estas redes debería ser la conciencia de cada internauta, quien tendría que discernir de manera más responsable entre la información que es privada y aquella que merece ser publicada en su cuenta, sabiendo precisamente los riesgos a los que estamos expuestos todos.