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María Cristina Trigo

La reciente muerte de María Cristina Trigo Viaña, esposa de Marcelo Quiroga Santa Cruz, motiva honrar la memoria de quien fue defensora de los derechos humanos, y a la vez permite recordar algunas facetas de la vida de uno de los más preclaros hombres de la política e intelectualidad boliviana en el siglo XX.

María Cristina fue la primera y única novia de Marcelo. Contrajeron matrimonio en 1954 y procrearon dos hijos, María Soledad nació en Santiago de Chile en 1957 y Pablo Rodrigo en Salta, Argentina, en 1959. Luego de una excelente carrera universitaria, en 1966 Marcelo fue elegido diputado por Cochabamba. En 1969, como ministro de Minas y Petróleo del presidente militar Alfredo Ovando, se convirtió en el autor intelectual de la nacionalización de los hidrocarburos. En 1971 fundó el Partido Socialista 1, y luego del golpe de Estado de Banzer, tuvo que exiliarse en Argentina. Ante la persecución a la que fue sometido por la Alianza Anticomunista de ese país, en 1975 huyó a México; y en 1977 retornó clandestinamente a Bolivia.

En la nueva era democrática se presentó como candidato presidencial en tres elecciones, logrando votos cada vez más crecientes que avizoraban la formación del líder que requería Bolivia. Contrariamente la clase política, por sus dotes y valores, lo veía como una amenaza. El 17 de julio de 1980, durante el golpe de Estado de García Meza, la sede de la COB donde se realizaba una reunión del Consejo de Defensa de la Democracia fue asaltada y Quiroga, asesinado. En todo ese tiempo, Cristina no tuvo una vida contemplativa, sino más bien altamente activa, fue la fiel compañera del hombre que deslumbró con su pensamiento; estuvo, junto a sus dos hijos, donde él se encontraba; la agitada vida política de su esposo contó con la solidaria y sacrificada presencia de ella en todo momento, guardando una ejemplar actitud de madre, esposa y mujer de lucha.

Asesinado Marcelo, tuvo una participación valiosa en el juicio de responsabilidades contra García Meza que inició el 7 de abril 1986, y cuya sentencia se dictó el 21 de abril de 1993. Durante esos largos y pacientes siete años, quienes tuvimos el privilegio de conocerla fuimos testigos de la rectitud y solidez de su espíritu; jamás perdió el equilibrio en aquellas audiencias donde el procesado principal desconocía todo y fingía no saber nada de los hechos que culminaron con la muerte de su esposo y la posterior desaparición de sus restos. En todos esos momentos demostró valor, entereza e inteligencia. Clamó justicia por todos los medios para encontrar los restos de su añorado esposo y murió sin haberlos hallado para otorgarle cristiana sepultura. Queda el recuerdo de una mujer de talante total para ejemplo de las esposas, madres y mujeres de hoy que luchan por encontrar días mejores.