El malestar de Europa
Europa pasa por un mal momento, y ya no resulta pertinente separar de manera tajante la situación de los países del norte, por un lado, de los del sur, por otro. En toda la zona del euro se ha instalado la deflación, problema para el que existen menos herramientas en comparación con las medidas que se aplican en situaciones de inflación. La deflación suele convertirse en una espiral deflacionaria en la que se postergan decisiones de inversión, lo que explica a su turno que el desempleo se mantenga en niveles muy elevados, y eso trae consigo un malestar social creciente. Las perspectivas de contar con fuentes de trabajo estables y relativamente bien remuneradas son cada vez menores para los jóvenes en general, y mucho más escasas todavía para los hijos de los inmigrantes provenientes de los países del Medio Oriente, África y los Balcanes.
Por otra parte, conviene recordar que en las décadas pasadas se ha ido desmantelando paulatinamente el Estado de Bienestar que se estableció en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, y que consistía en una combinación virtuosa entre políticas macroeconómicas de corte keynesiano, por un lado, y un sistema de negociaciones anuales tripartitas entre gobiernos, empleadores y sindicatos, por otro. La estabilidad social así lograda resultaba un elemento esencial en la confrontación con la Unión Soviética y los países de Europa Oriental, mientras duró la Guerra Fría. En paralelo se llevó a cabo la integración de los mercados y la construcción por etapas sucesivas de la Unión Europea.
Una historia relativamente exitosa de perfeccionamiento de derechos ciudadanos iguales para un conjunto de países parece haber ingresado en una etapa de dificultades crecientes, agravadas al extremo por los atentados terroristas del 7 de enero. En efecto, todo hace pensar que la masacre perpetrada por un grupo de fanáticos yihadistas en contra de los redactores y dibujantes del semanario satírico Charlie Hebdo ha cambiado la atmósfera política general de Europa, con repercusiones ulteriores que son difíciles de estimar con precisión a estas alturas.
La marcha de millones de personas en París el 11 de enero, en repudio al terrorismo, encabezada por cerca de 40 líderes políticos provenientes de Europa principalmente, expresa a las claras la dimensión política que se atribuye a dichos hechos luctuosos. También resulta evidente el amplísimo respaldo que ha expresado la opinión pública en Europa en favor de la libertad de expresión irrestricta, incluyendo el uso de la sátira, el humor y la caricatura, en sus más diversas manifestaciones, sin exclusión de figuras sagradas de ninguna índole.
Hasta ahí las cosas parecen relativamente claras. Ocurre sin embargo que todo el campo político ha sufrido una remezón. En vista de la situación social descrita mas arriba, grupos de extrema derecha en varios países han aprovechado para manifestar sus aberrantes inclinaciones xenófobas en contra de los inmigrantes, y en este caso en contra de las comunidades musulmanas en general.
El desempleo es ciertamente un caldo de cultivo para el surgimiento de corrientes racistas, como demuestra la propia historia de Europa. No obstante, el desempleo es asimismo una cantera de reclutamiento de jóvenes musulmanes de segunda y tercera generación, que son alistados por el yihadismo, reciben entrenamiento en diferentes campamentos de Al Qaeda, combaten en Siria y, en muchos casos, retornan a Europa como miembros autónomos de la red de grupos terroristas yihadistas, que siembran el terror con base en su propia iniciativa.
En este sentido, el asesinato de los periodistas de Charlie Hebdo podría interpretarse como una escalada en una guerra iniciada hace décadas, y que ahora se instala también en Europa.