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Je suis Charlie Hebdo

En mi calidad de columnista, que es lo más cerca que uno puede estar al periodismo de opinión, soy Charlie Hebdo. No porque me haya reído con sus sátiras (de hecho, algunas no me parecen tan graciosas), sino porque me parece que la libertad de expresión es un valor ideológico superior a muchos otros, por poner un ejemplo, a los valores ideológicos de las religiones.

Charlie Hebdo publicó tapas con caricaturas satíricas contra todas las religiones monoteístas; contra cristianos y contra judíos. Pero solo algunos grupos de creyentes musulmanes consideraron matar a los infieles caricaturistas. Entonces está en cuestión de si el islam es de naturaleza violenta. Es una pregunta tan pertinente como cuestionar si el catolicismo, el judaísmo o el hinduismo son de naturaleza violenta.

Ninguna religión es de naturaleza violenta. Las religiones son solo ideas y, en ese sentido, no tienen el poder de la voluntad de hacer o deshacer nada. Son los hombres que interpretan las religiones quienes hacen de esas ideas el fundamento de sus intenciones violentas. Así de simple. Cualquiera que tenga la ambición de una conquista territorial, que tenga la capacidad de convencer a una masa de gente de que su fe, de que su identidad religiosa, está en riesgo mortal, y consiga suficientes recursos para armar un enfrentamiento violento, tiene servida una guerra santa, como cuando las cruzadas, pues. Solo que en el tiempo de las cruzadas no había el concepto de terrorismo ni de terrorismo de Estado. Así que para entonces (siglo XII), desde el punto de vista europeo, estaba muy bien eso de andar matando musulmanes en nombre de la religión. El hecho de que las cruzadas hayan logrado la apertura de rutas comerciales con Asia y que hayan impuesto la presencia de los Estados francos en Medio Oriente no es otra historia, es parte de la historia de las jihads cristianas de la época.

El cuento de las cruzadas solo sirve para dar un ejemplo de cómo una idea compartida por mucha gente —como lo son las ideas religiosas— puede movilizar a cientos de miles de almas con medios y propósitos profundamente violentos. Todo depende de quién interpreta la idea y con qué fines. Por eso es que los intérpretes de las religiones, los intermediarios entre la idea de “dios” y las creencias de los hombres son unos personajes tan apegados a los privilegios y tan alejados de las nociones de tolerancia.

Por eso el mediático Papa argentino ha declarado recientemente en una entrevista que no está bien eso de burlarse de las religiones. Incluso, contra toda noción del catecismo católico, ha dado el ejemplo de que si un colega se burla de su mamá, puede esperar un puñetazo. Eso de dar la otra mejilla está bien para la página de la Biblia que, de todos modos, casi nadie lee.

No son las religiones las que sufren las burlas, no son las religiones las que quedan denigradas por una caricatura irrespetuosa. Las caricaturas, los chistes y cualquier cuestionamiento de lo sagrado de las religiones tiene el mismo efecto que el de los dramas de amor de las películas de Hollywood: solo quedan lastimados los sentimientos. Vale decir, los sentimientos de la gente religiosa. Pero, en última instancia, las caricaturas y las expresiones que quitan ese halo de sacralidad a las religiones ponen en peligro el poder que los intermediarios entre (la idea de) dios y los hombres tienen sobre la gente que asume determinada creencia. Por eso soy Charlie Hebdo, porque es gracias a sus sátiras que podemos reírnos de (y a veces desenmascarar a) los dictadores de capilla/mezquita/sinagoga y a sus manipulaciones divinas para lograr fines mundanos.