El capital cultural y las TIC
Bolivia no puede seguir entre los países con los servicios de internet más costosos y lentos del planeta.
En El Capital (1867), uno de los libros más difundidos que hayan existido, escrito por el intelectual alemán Karl Marx, se develó el mecanismo de “explotación capitalista” mediante el cual el propietario de una factoría se apodera de la “plusvalía” generada por los obreros que allí trabajan. El minucioso estudio de Marx trajo al mundo la conciencia de las estructuras sociales de explotación que caracterizan a las sociedades capitalistas, utilizando como punto de partida el análisis científico de los bienes materiales y el dinero: lo que la Sociología denominaría posteriormente “capital económico”.
Sin embargo, en la década de los 70 se comenzó a estudiar y teorizar otro recurso del cual dispone la sociedad capitalista. El sociólogo francés Pierre Bourdieu lo denominó “capital cultural” y explicó que se trataba del conocimiento y la técnica. Como era de esperarse, en las sociedades capitalistas este tipo de capital también fue administrado bajo los criterios de antagonismo propios de las luchas de clase, que a partir de las revoluciones burguesas de los siglos XVIII y XIX consolidaron el acceso de la burguesía al conocimiento, dejando postergadas a las demás clases sociales, a las que se procedió a explotar.
En la actualidad, progresistas de todo el mundo celebran la actitud democratizadora de los líderes políticos que cultivan y multiplican el capital cultural general de sus respectivos países, abriendo el acceso a la educación a todos los ciudadanos, en el campo y en las ciudades; y en el caso de Bolivia en particular se puede observar que se está persiguiendo el ideal excelso de la democratización del conocimiento.
Habrá que saber reconocer que el Estado Plurinacional de Bolivia ha avanzado a paso firme hacia este objetivo, con la expansión de la cobertura de internet por medio del satélite Túpac Katari, la entrega de computadoras portátiles a los estudiantes provenientes de las familias de ingresos bajos, y con los estímulos económicos destinados a evitar la deserción escolar.
No obstante, ha llegado el momento de perseguir también una educación totalmente emancipada, que tenga la capacidad de multiplicar exponencialmente el capital cultural de los bolivianos. Un sistema educativo que pretenda superar sus limitaciones actuales se logrará elevando también el nivel tecnológico en el país y la conectividad con el resto del mundo. Bolivia no puede continuar calificando entre los países con los servicios de internet más costosos y lentos del planeta. Un desarrollo óptimo, en lo científico y lo social, no sería posible con esta suerte de cosas.
Las instituciones educativas requieren de manera urgente un nivel más avanzado de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) para asegurar una interconectividad adecuada con el resto de escuelas, universidades y profesionales del mundo (unas pocas centenas de kilobits por segundo resultan inútiles para abordar las tareas de nuestro tiempo).
Por estas razones se deberá conseguir, por un lado, la expansión del acceso a internet en todo el territorio nacional, y por el otro, que este servicio sea barato y veloz; todo como parte de una política de Estado. La revolución del capital cultural democrático en su segunda fase requiere de una adecuación a la revolución de las TIC, que, entre otras cosas, optimizará la muy enriquecedora interconectividad.