La persistencia del Ekeko
Tunupa o Ekeko ocupó durante la época tiwanakota un sitial relevante como divinidad vinculada a la lluvia
El verdadero origen del Ekeko se remonta a la cultura tiwanakota, sin embargo su culto continuó durante el incanato, prosiguió en la época colonial y ha llegado a nuestros días como divinidad principal de la fiesta de Alasita, la cual, mediante las illas, también tiene filiación prehispánica.
Ekeko, Ekako o Tunupa corresponde a las épocas IV y V de Tiwanaku, vale decir, entre los años 724 y 1.187 de nuestra era. En general, su representación corresponde a un varón jorobado en posición arrodillada, esculpido en piedra y de aproximadamente 43 centímetros de altura. Un Ekeko fue encontrado en el mismo sitio de Tiwanaku, seis en la isla Titikaka en el lago del mismo nombre, y dos más en otros sitios del altiplano, según explicó el arqueólogo Carlos Ponce Sanginés en su libro Tunupa y Ekako.
Siguiendo al sacerdote Ludovico Bertonio, cuyo Vocabulario data de 1612, Ekeko y Tunupa son dos denominaciones para un mismo personaje. El mito de la figura religiosa de Tunupa estuvo ampliamente difundido en el área andina precolombina y fue recogido por varios cronistas. Bertonio puntualizó de manera insistente que: “Dios fue tenido de estos indios uno a quien llamaban Tunupa, de quien cuentan infinitas cosas. En otras tierras o provincias de Perú le llaman Ekako… uno de quien los indios antiguos cuentan muchas fábulas y muchos, aun en este tiempo, las tienen por verdaderas y así sería bien procurar deshacer esta persuasión”.
Tunupa o Ekeko —en cuyos relatos es vinculado al rayo, agua y las lluvias, y cuya prédica promovió un conflicto religioso— ocupó durante la época tiwanakota un sitial relevante como divinidad vinculada a la lluvia, las cosechas y la fecundidad, y su principal santuario estuvo en la isla Titikaka. Sin embargo, el culto al Ekeko no terminó con la cultura tiwanakota, sino que al igual que otras instituciones religiosas perduró largamente. El Ekeko fue también venerado en la época incaica, donde se lo encuentra en figurillas de oro, plata y cobre representando a un varón jorobado con el falo erecto.
En ese sentido, no es de extrañar la reaparición del Ekeko en la Colonia, aunque con un aspecto muy diferente al original. A decir del escritor Rigoberto Paredes, fue el intendente de La Paz Sebastián Segurola quien, tras su victoria sobre la sublevación indígena de 1781, restauró la fiesta de las miniaturas y dijes conocida como Alasita, ocasión aprovechada por los nativos para volver a introducir el culto al Ekako, distribuyendo su imagen trabajada en yeso y ya no en piedra. La metamorfosis del Ekeko en la época colonial es explicable porque tras la perversa represión a la rebelión de Túpac Katari, se procedió a la eliminación de reliquias, prohibiéndose a los originarios practicar sus costumbres ancestrales. Asimismo, por motivos religiosos, en la Colonia hubiera sido impensable la exhibición de una figura con el miembro viril erecto. De ahí que en la actualidad la representación del Ekeko sea la de un varón regordete de cortas extremidades elaborado generalmente en yeso.
Aunque no es posible reconstruir la fisonomía original de la feria de Alasita, se puede señalar que tiene raíz prehispánica. El mismo Paredes recogió un texto que señala que apenas se trasladaron los fundadores de La Paz del pueblo de Laja, “los moradores indígenas llevaron pequeños idolillos de piedra en la mano unos y otros ofreciendo en venta objetos diminutos de arte o productos minúsculos a cambio de piedrecillas planas”.
Por lo expuesto se puede asegurar que el Ekeko no era “un absurdo dios indígena”, como aseveró un articulista hace poco en estas mismas páginas, y mucho menos un dios menor, sino que ocupó uno de los lugares más destacados dentro de la mitología aymara desde la época precolombina, su prestigio ha llegado hasta nuestros días y continúa en franco proceso de expansión.