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Saturday 20 Apr 2024 | Actualizado a 00:02 AM

Iquique, Huara y Pisagua

La visión de siglo XXI de Jorge Soria, Carlos Silva y Hugo Gutiérrez es digna de destacar

/ 6 de febrero de 2015 / 06:57

Se publicó hace un par de semanas una entrevista en la que el alcalde de Iquique, Jorge Soria Quiroga, se mostró partidario de que Bolivia acceda al Pacífico con soberanía bajo la fórmula de los acuerdos de Charaña. Soria es un ciudadano muy apreciado en Iquique, ejerció el cargo de alcalde entre 1964-1973 (el golpe de Pinochet implicó su persecución y posterior detención debido a su filiación socialista). Recuperada la democracia, fue electo alcalde de Iquique (1991-2007) por un partido regional. Ahora, a sus 78 años ejerce nuevamente el cargo desde diciembre de 2012.

Las declaraciones de Soria me transportaron a los años 2010 y 2011, cuando ejercí como Cónsul General de Bolivia en Santiago de Chile, y en especial a la visita que hice al domicilio de Jorge, junto al diputado por Tarapacá Hugo Gutiérrez y al alcalde de Huara, Carlos Silva, en abril de 2011. En esa oportunidad conversamos sobre el acceso de Bolivia al mar y las opciones que se barajaron a lo largo de los años para resolver su situación de país sin puerto. Soria, con su amplio conocimiento y experiencia, nos relató sobre su abierta amistad con Bolivia, su compromiso de buscar mayor integración entre Iquique y nuestro país, y su predisposición para continuar haciendo todo lo que esté a su alcance a fin de que Bolivia acceda al Pacífico. Incluso desplegó un plano para indicar cómo podría nuestro país llegar al mar. 

En ese mismo abril de 2011, invitado por el alcalde Carlos Silva, visité la localidad de Huara, que se encuentra a una hora de Iquique y es el punto de conexión con la carretera asfaltada que conecta en la frontera a Colchane con Pisiga (Bolivia). Silva, también de signo progresista y con una destacable visión de integración con Bolivia, nos condujo a un recorrido junto a su comitiva y al diputado Hugo Gutiérrez (militante del Partido Comunista de Chile). Luego de una hora de viaje desde Huara a Pisagua llegamos al puerto y localidad del mismo nombre y fuimos sorprendidos con un acto cívico en honor a nuestra visita. En presencia de estudiantes, profesores, padres de familia y dirigentes vecinales nos demostraron su afecto y amabilidad. Varias personas me enviaron saludos al presidente Morales y dijeron sentirse muy cercanos con el pueblo boliviano.

El corolario de la vista a Pisagua fue llegar al mismo puerto (que entre 1884 y 1920 fue uno de los más importantes para la exportación de salitre) donde recibimos un ofrecimiento sorprendente de parte del alcalde Carlos Silva: el puerto de Pisagua para el tráfico comercial de Bolivia. Además nos ofreció concesionar al país una zona franca comercial y un desarrollo turístico por existir playas adecuadas para los bañistas. La prensa de Iquique y el periódico La Segunda difundieron la propuesta. También rebotó la noticia a Bolivia. La Razón ya había informado en su edición del 22 de marzo de 2011 de un encuentro en las oficinas del consulado de Bolivia, donde el Alcalde de Huara señaló las bondades que ofrecía el puerto de Pisagua para el comercio boliviano, y que sería la conexión natural hacia Bolivia, pues la ruta a Colchane-Pisiga-Oruro forma parte del corredor bioceánico. Tan importante ofrecimiento se reflejó positivamente en La Estrella de Iquique y en varios medios televisivos locales, pero en Santiago comenzaron las críticas al alcalde Silva de parte de algunos diputados de derecha. Las críticas apuntaban a que ningún alcalde del norte debía realizar ofrecimientos a Bolivia al margen de la política oficial del Gobierno de Chile.

Las experiencias que viví en Iquique, Huara y Pisagua fueron de gran intensidad y emoción, que las sentí como boliviano y como representante diplomático, especialmente cuando escuchaba los discursos que proclamaban amistad y complementariedad entre los pueblos. La visión de siglo XXI de Jorge Soria, Carlos Silva y Hugo Gutiérrez (el diputado que alojó en su casa a los conscriptos bolivianos detenidos injustamente en territorio chileno cuando realizaban tareas de control de contrabando en 2012) es digna de destacar. 

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La vara que dejó García Linera

/ 20 de abril de 2024 / 00:00

En tiempos de una cada vez más aplastante mediocridad, Alvaro García Linera está desaparecido. Por decisión propia. Porque los tiempos que corren así parecen aconsejarle. E incluso se podría llegar al extremo de pensar que ante tanta burrada cotidiana, a él, como a algunos más, les tiene que provocar flojera dar batalla en simulacros de guerras repletas de soldaditos de plomo.

En estos tiempos de descalificación de azules contra azules, García Linera, a lo largo de más de un año, ha ofrecido unas cuantas entrevistas por streaming, radio y TV (dos con este periodista) y parece no estar dispuesto a formar parte de la fotografía diaria de un paisaje gris en el que el entrenador de San Antonio de Bulo Bulo, Thiago Leitao, sobresale por astucia al desafiar a un poderoso empresario diciéndole que podrá estar enterrado en millones de dólares, pero que de fútbol no entiende nada, luego que su humilde y principiante equipo del Trópico de Cochabamba eliminara a Bolívar del torneo de un fútbol que de profesional tiene solo el nombre.

García Linera está desaparecido. No está. No quiere estar. Sabe exactamente lo que está sucediendo con Bolivia, pero se niega a responder más allá de la sensatez y la lógica con la que se deben leer los hechos que producen las coyunturas, esas efímeras etapas de las que se alimenta el periodismo y que así como se encienden y relampaguean un par de días a partir de algún hallazgo estremecedor o de algún hecho que produce rabia de impotencia, al tercer día pueden desaparecer de los escenarios públicos por falta de seguimiento, y peor incluso, por falta de compromiso con el rigor crítico, por la laxitud a la que invita este tiempo en que todo lo público, o casi todo, se iguala para abajo, con afirmaciones como esa de que la Ley 348 sería una ley “antihombres”, o que el Tribunal Supremo Electoral juega políticamente a favor de unos en perjuicio de otros, como si no existieran leyes, reglas de juego, estatutos y reglamentos, es decir, un mínimo ordenamiento jurídico y una mínima institucionalidad.

La vara que el vicepresidente de Evo Morales ha dejado, se ha convertido en inalcanzable y por lo tanto en insuperable. En los mejores momentos gubernamentales del evismo,  se podía percibir una gran mística de los equipos de trabajo con los que se encaraban las obligaciones de un Estado redimensionado desde la laboriosidad teórica de García Linera y las convicciones prácticas de quienes hacían funcionar la maquinaria para que tuviéramos un país, ese país que en algún momento estaba comenzando a ser de todos, sin que nadie quedara afuera de la lucha y de la fiesta, del combate y la celebración, sin que nunca más, desde esa combinación entre lo indígena y plurinacional, y la filosofía marxista, pudiéramos tener una Bolivia en que apellidar Mamani, Quispe, Tomichá o Parabá fuera motivo de vergüenza y resignación, para convertirse en razón de vida nacional popular, lo que significa que aquí no hay comunismo, señoras y señores. Aquí lo que puede haber son algunos comunistas de corazón y formación, pero no comunismo como se concibe desde la paranoia camachista, microclima en el que pululan agentes del retorno al orden del racismo, la discriminación, y los ricos blancoides sometiendo con palo y zanahoria a los mugrosos indios de mierda masiburros, cruce de llama con monolito… ¿O no hablan así en los salones de las “fraters”, los militantes de la logia y del exterminio?

Tiene que resultar cuando menos desagradable que se trate de traidor a quien se ha quemado las pestañas por construir una estrategia política y cultural en que lo indígena y lo campesino se fundieran a través de lo originario. Tiene que resultar decepcionante para García Linera que Evo Morales se haya olvidado que fueron un tándem virtuoso durante casi tres lustros para gobernar el país, con la visión conceptual de uno y el potente liderazgo del otro.

El día que Alvaro García Linera dejó de gravitar en la política y en lo político de Evo Morales, el líder perpetuo de las seis federaciones cocaleras del Chapare bajó de los aviones del liderazgo internacional al barro de las carreteras en el que manda la bazofia verbal de Héctor Arce, ex alcalde de Omereque o de Rolando Cuéllar, un odiador a tiempo completo del nacido en Orinoca. Desde el día en que García Linera dejó de estar cerca a Evo, todo volvió a los tiempos de la rústica pelea anterior a 2005. Como si Evo nunca hubiera sido presidente. Como si hubiera olvidado todo lo aprendido que le permitiera trascendencia a sus gestiones gubernamentales.

La vara dejada por García Linera ha quedado muy alta para el evismo. García Linera está ausente y Bolivia vive una incertidumbre política como no había sucedido en este nuevo ciclo antineoliberal desde 2006, que amenaza con volver debido al empecinamiento de un solo personaje que ha renunciado a sus propios códigos de respeto y lealtad, para hacer de la obsesión su nueva forma de vida. 

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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Palabras que pesan

Resulta curioso el momento en el que emerge esta propuesta de modificación legislativa

Verónica Rocha Fuentes

/ 19 de abril de 2024 / 07:11

La verdadera controversia en torno a lo que el presidente del Senado declaró el miércoles está más relacionada con el trasfondo de su postura más que con ella en sí misma. En el caso del presidente Rodríguez, lo ocurrido esta semana implica un hito en la construcción comunicacional de su personalidad política como una de las figuras sobre las cuales se está vertiendo una enorme cantidad de expectativas de liderazgo nacional. Al final, quiérase o no, que una de las más importantes figuras políticas del país haya emitido un criterio con ese alcance nos permite (aunque no de la manera deseada) volver a poner sobre la mesa de la agenda nacional un tema latente, irresuelto y urgente: la violencia contra las mujeres.

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Para darle algo de contexto a la declaración sobre la cualidad “antihombres” que tuviera la Ley 348 contra la violencia contra las mujeres, huelga decir que tuvo lugar en medio de una sesión camaral en la que se trataban modificaciones a la misma. Respecto al estilo comunicacional del presidente Rodríguez, un poco por decisión y otro poco por circunstancia, está claro que, hasta ahora, ha optado por una imagen pública de bajo perfil, con algo de presencia en actos propios del cargo y de la pertenencia a su partido político, pero con poca densidad discursiva. Se trata de una opción legítima de administración de su comunicación política, pero ello, por supuesto, hace que sus posturas manifiestas y polémicas adquieran mayor peso y resonancia. A esto se le suma que existe una real necesidad de conocer las posturas políticas de la tercera persona más importante del Gobierno nacional, pues empieza a ser insuficiente una comunicación que por buscar la neutralidad ante las corrientes internas de su organización, lo sea ante temas nodales de disputa política en la actualidad.

En el otro lado, resulta curioso el momento en el que emerge esta propuesta de modificación legislativa y la posición, esta vez, ya no solo del presidente Rodríguez, sino además de sus colegas parlamentarios del masismo durante este mismo impasse: concretamente Patricia Arce y Daniel Rojas. La primera presentó la propuesta de modificación de la norma bajo el discurso de que su objetivo es que la misma proteja de igual manera a hombres y mujeres. Esta comprensión invisibiliza el hecho de que la violencia contra las mujeres es un penoso hecho estructural y tira por la borda la actual vigencia de una sociedad patriarcal. Y el segundo acude (en entrevistas televisivas) al uso de datos elaborados a conveniencia y provenientes de organizaciones emergentes como la Casa del Hombre o la Federación Nacional de Víctimas de Denuncias Falsas que, vaya casualidad, en sus recientes movilizaciones (de hace menos de una semana) solicitaban modificaciones a la ley en “beneficio” de quienes ahora se consideran las nuevas víctimas (los hombres) y no así de las alrededor de 430.000 mujeres que denunciaron violencia durante la vigencia de esta norma.

Es una verdadera lástima que el tema vuelva a palestra de esta manera, sobre todo cuando anteriormente ya se había entregado a la Asamblea Legislativa Plurinacional una nutrida agenda de propuestas de modificación a la Ley 348, pero buscando, sobre todo, proteger de mejor manera a las mujeres sin dejar de lado —cómo no— la discusión en torno a la mejora de la gestión de las acusaciones falsas que son pocas y no debieran alcanzar a empañar el espíritu de la norma. En el trasfondo de lo ocurrido esta semana en la ALP existe un aire antifeminismos y antiderechos, y ese es —al final del día— el hecho que debiera ponernos en alerta. Pues, las cosas son claras y no se debe permitir su distorsión: la Ley 348 no enfrenta a mujeres con hombres, la ley busca proteger la vida de las mujeres.

(*) Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka

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Las musarañas de Malasia

Carlos Villagómez

/ 19 de abril de 2024 / 07:07

Existe una especie que resiste la embriaguez tanto como los seres humanos: la musaraña de Malasia. Este un pequeño mamífero —de mirada turbia que te recuerda a muchos— vive y se desarrolla en su hábitat natural, el néctar de una palmera fermentada que sería lo más parecido al velado espacio de las tabernas. Todas estas historias vienen en el texto Breve historia de la embriaguez del inglés Mark Forsyth, que en un lenguaje entretenido nos brinda una visión sobre el impacto de la embriaguez en la historia.

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El autor explora los conceptos médicos y sociales asociados a la embriaguez, destacando la vinculación del consumo del alcohol, como alterador del estado de conciencia. Como los antropólogos que dividen las sociedades en húmedas o secas, Mark Forsyth resalta la relevancia histórica que ha tenido la embriaguez en todas las culturas. El joven autor nos muestra cómo la embriaguez ha estado presente en rituales religiosos, y en ceremonias como escape de la realidad y forma de sociabilidad. Es así que en Göbekli Tepe (10.000 a.C.), se edificó una monumental espacio dedicado para la libación mucho antes que la misma agricultura. Posteriormente, “los sumerios la vieron como pura alegría colectiva, los egipcios como un deporte extremo y los griegos dieron un paso atrás, acariciaron sus barbas y reflexionaron”. Sin embargo el autor menciona que “Platón decía que emborracharse era como ir al gimnasio: la primera vez te sientes realmente mal y adolorido, pero la práctica hace al maestro”. En sus referencias bíblicas nos recuerda que Noé lo primero que hizo al desembarcar —podrido de ver tanta agua— fue plantar viñas. Y sin remilgos, Forsyth declara que “Jesús comenzó su carrera con una lluvia de alcohol en las bodas de Caná”. Pasa después al pulque azteca, el agua miel del agave, tan lleno de nutrientes que casi es carne, tan carnosa como la diosa Mayahuel y sus 400 senos para igual número de conejitos ebrios. Y del mundo anglosajón, campeón del APV, el etimólogo inglés afirma que fueron deportados los borrachos de Gran Bretaña para hacer Estados Unidos y Australia.

Forsyth desarrolla su pesquisa eludiendo el carácter poliédrico de la embriaguez, no analiza sus facetas oscuras, ni las implicancias nefastas del alcohol en las sociedades. A pesar de ello, asocia con justeza —como un buen cóctel— la influencia de los brebajes en las organizaciones sociales, culturales y religiosas. Y de las facetas jubilosas de la embriaguez, admito que me enternecen mis “musarañas de Malasia” que en espacios brumosos comparten su amistad porque, como decía Bryce Echenique, “desconfío de los que no toman”, recordando luego que Hitler era abstemio.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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Dejarlos ser

Lucía Sauma, periodista

/ 18 de abril de 2024 / 10:02

Niños, niños, niños. Todos fuimos parte de ese mundo que en la adultez, misteriosamente y para nuestra desventura, se convierte en una pócima de olvido, en un laberinto imposible de seguir, se reduce a la búsqueda de un tesoro, sin mapa, sin isla, sin brújula.  Sabemos que vivimos esa etapa en la que unos fueron muy felices, otros no tanto, tenemos flashes de lo que sentíamos, pero ya no está el panorama completo, es un vuelo muy rápido, crecemos demasiado pronto y solemos deshacernos raudamente de la niñez, seguramente por temor a seguir siendo inocentes, francos, despojados del miedo a amar sin medida.   

Cuando la niñez queda en el pasado, buscamos que los niños respondan y actúen como adultos en miniatura, es decir que si nuestro hijo pequeño o nuestro nieto interviene en  una conversación como si sería una persona mayor, inmediatamente lo catalogamos como un ser inteligente, una verdadera lumbrera, un superdotado, es cuando se pone en evidencia que nuestro mayor deseo es tener un hijo o un nieto que no actué como un niño, sino como un ser pequeño, alguien que copia muy bien a sus mayores.

Lea: Mal vestidas

Este 12 de abril, “Día del Niño Boliviano”, se volvió a repetir la historia: sentamos a niños (cuanto más pequeños mejor) para que lean o repitan de memoria lo que sus profesores, o padres, o pastores de iglesias evangélicas, o cualquier otro adulto escribió para poner en la boca de los niños que hicieron de parlamentarios, concejales, repetidores de citas bíblicas u otras autoridades, para que, precisamente el Día del Niño, dejen de hablar, de actuar como niños. ¿Tan mala nos parece la infancia que pedimos a los niños que parezcan grandes para calificarlos de inteligentes?

Los niños debieran actuar, sentir y sobre todo hablar como lo que son: niños. Es un enorme trabajo aprender la vida, verla con ojos de niño, construirla con corazón de niño. Ser niños, esa es su labor. Y a lo que debiéramos dedicarnos los padres, abuelos, tíos… es a facilitarles lo que pueden o deben hacer para crecer sanos y felices. Los adultos tampoco podemos cambiar nuestro verdadero papel pensando en que lo hacemos muy bien cuando muy ufanos decimos: “más que su padre soy su amigo”, olvidando que tu hijo o hija tendrá los amigos que quiera, lo que necesita son padres, que lo quieran y acompañen como padres.

En resumidas cuentas, este mundo, nuestra sociedad, necesita niños que actúen como niños, padres que actúen como padres. Que cada quien cumpla con su papel en el momento que corresponde. Los niños son maravillosos actuando como niños, no tienen por qué cambiar de papel.

(*) Lucía Sauma es periodista

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Decadencia

La decadencia del cuerpo humano no tiene por qué transferirse al mundo de la vida ni al sistema y sus instituciones

Claudio Rossell Arce

/ 18 de abril de 2024 / 09:58

El ser humano, que se cree a sí mismo la medida de todas las cosas, y solo en esa dimensión logra calcular tiempo y espacio (y muchísimas otras cosas, incluyendo la opinión sobre cualquier tema), le teme como al abismo a la decadencia. No es para menos, cualquiera puede mirar en su propio físico el paso del tiempo, sintiendo cómo a una avanzada edad, todo parece entrar en irreversible decadencia por los cambios biológicos y fisiológicos que hacen fallar la maravallosa máquina del cuerpo.

Pero no todo es o debe ser decadencia en el cuerpo humano, con un poco de esfuerzo y disciplina, cualquier persona puede asegurarse de tener el cerebro funcionando tan bien como sea posible, especialmente en el área cognitiva. Leer, escribir, pensar, criticar, dibujar, pintar, tejer, caminar, respirar, dicen, ayudan a conservar cuerpo y alma lejos de la decadencia, sobre todo a esta última. Hay quienes se olvidan de hacer cada vez más de esas cosas y sobreviene el declive, que en muchos casos se manifiesta primero en las actitudes y comportamientos. Esa no es una decadencia biológica, sino moral.

Consulte: Camarada

Así, en un ejercicio de simplificación excesiva, es posible encontrar los rasgos de la decadencia de los individuos en todos los aspectos de la vida humana (porque ellos se proyectan), y hasta se la considera inevitable, incluso cuando no lo es. Decadencia moral, ya se dijo, provoca la pérdida del aprecio por los principios éticos fundamentales en diversos ámbitos de la actividad humana, incluyendo los negocios, la política y las relaciones personales, a veces, incluso, todo ello en un mismo contrato.

Decadencia ecológica, que nada tiene que ver con el ciclo de vida individual de cada especie viva, sino de la capacidad del conjunto para equilibrarse, adaptarse, regenerarse. Es la mano humana, que en nombre de sus negocios y su política se ha servido de la naturaleza hasta depauperarla a tal punto que amenaza la supervivencia de la especie, no del planeta y la vida en él, sino de este mamífero en particular. Habrá que añadir que, en muchos casos (¿la mayoría?), quienes toman decisiones sobre los negocios y la política son ancianos mamíferos (y machos, y blancos), que en su decadencia física probablemente han perdido el aprecio por el futuro, del que ya no esperan nada.

La política, que en teoría podría no entrar en decadencia, muestra su declive cuando, por ejemplo, hace posible el aumento de la corrupción en los gobiernos, con la consiguiente pérdida de confianza y legitimidad de las instituciones políticas entre los ciudadanos. Desde ese punto de vista, causan decadencia de la democracia las prácticas clientelares, los inmerecidos favores y regalos con recursos públicos, los negocios personales a cuenta del Estado, pero también la incapacidad de buscar y encontrar acuerdos, y de respetarlos.

Probablemente se puede hablar de decadencia económica (¡que el capitalismo liberal no lo permita, por Dios!) luego de periodos extendidos de estancamiento de la economía, alta inflación o deflación y desempleo, todos ellos síntomas de incapacidad para mantener el crecimiento y el bienestar económico. Síntomas de esta decadencia también son la aparición de gurúes de la economía, salvadores de la patria con receta neoliberal; la creciente cantidad de personas embelesadas con esos cantos de sirena; la incapacidad de revisar, siquiera un poquito, los prejuicios; la envidia por quien tiene más y el desprecio por quien tiene menos.

Este es un buen fermento para la decadencia social. El incremento en la desigualdad, la polarización y la erosión de las redes comunitarias, por los delirios del jefe de turno o por la venalidad de algunos miembros, daña el tejido social que sostiene a las sociedades y provoca la desconfianza, cuando no el desprecio o, peor, el odio mutuo. Para empeorar las cosas, son cada vez más quienes se ceban de ese estado de cosas, de ese humor colectivo, cual “chanchos aqueros”, esos que comen, literalmente, cualquier cosa. Difícil que no haya decadencia en los medios y los fines de tales líderes.

La decadencia del cuerpo humano no tiene por qué transferirse al mundo de la vida ni al sistema y sus instituciones, pero parece inevitable que así sea. El ejercitar el cuerpo y el pensamiento tal vez sean el camino para evitar que la decadencia, propia y ajena, nos lleve a la chingada.

(*) Claudio Rossell Arce es profesional de la comunicación social

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