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La meritocracia no resuelve la crisis judicial

La crisis de la justicia boliviana ha sido diagnosticada por moros y cristianos. El alto Comisionado de las Naciones Unidas en Bolivia, Dennis Racicot, ha dicho por ejemplo que la justicia boliviana se encuentra en una profunda crisis, y que esa crisis en los últimos años se ha profundizado. Asimismo, la Unión Europea ha expresado que la justicia acusa un proceso de decadencia que la tiene en terapia intensiva.

El presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Jorge Von Borries, manifestó que la justicia está igual o peor que antes. A su vez, el vicepresidente Álvaro García Linera ha declarado que la administración de justicia es un desastre y que se tendrá que volver a la meritocracia para la elección de las autoridades judiciales. Finalmente, el presidente del Estado Plurinacional, Evo Morales, ha expresado su frustración, afirmando que no sirvió de nada introducir el poncho y la pollera en la administración de justicia, y por eso hoy propone como remedio a esta crisis hacer una “revolución en la justicia”, que se iniciaría con una cumbre de expertos y de instituciones colegiadas para elaborar una propuesta de transformación profunda de la justicia boliviana.

Todos los diagnósticos coinciden en que la justicia se encuentra gravemente enferma y también casi todos en que el remedio es volver a la meritocracia para la selección de los jueces. Estoy de acuerdo con el diagnóstico, pero no con el remedio, sin que esto signifique la negación de la meritocracia como instrumento de medición de la capacidad o formación profesional de los futuros jueces.

La meritocracia es útil, pero no es el único instrumento para identificar a los más capacitados para ser jueces. En el anterior sistema político, la meritocracia fracasó y la prueba más evidente es que la anterior justicia era igual de mala que la de ahora. Entonces, ¿cuál es la solución? Una combinación igualitaria de meritocracia con aptitud e integridad profesional y personal.

No es suficiente contar con una sólida y frondosa formación académica. Para ser un buen juez, se requiere además honradez, integridad y probidad. Hay que tener en cuenta que para ser un buen juez se requieren de ciertas cualidades personales; no basta ser un sabio del Derecho, es necesario además ser honrado y tener aptitud para administrar justicia. El padre de la justicia boliviana, Don Pantaleón Dalence, decía que es preferible un juez ignorante pero honrado, a un juez ilustrado pero pillo. Si comprendemos esta realidad, entenderemos que para seleccionar a los jueces necesitamos combinar adecuadamente la meritocracia con los valores éticos de cada aspirante, de modo que el profesional que designemos como juez no solo sea un profesional con méritos académicos, sino además con méritos éticos. Esto es honrado y con prestigio. Esto significa que los valores que adornen a nuestros futuros jueces deben ser mitad meritocracia y mitad integridad moral. El juez tiene que ser un ejemplo de ciudadano (a) en su comunidad. Solo así garantizaremos una buena y saludable administración de justicia. Lo demás —insuficiente infraestructura, falta de personal, de medios técnicos, etcétera— llegará por añadidura.  El trasplante de jueces no forma parte de esta receta.