Desenfreno tradicional
En el Carnaval uno entiende las contradicciones/relaciones de la virgen católica con la Madre Tierra.
A pocas horas del Día de Peregrinación, como llaman en Oruro al sábado de Carnaval, un cúmulo de sentimientos se apodera de este humilde mortal, fiel devoto de la Virgen del Socavón, arraigado a las costumbres y tradiciones ancestrales, y apasionado con las leyendas de la intimidad del Carnaval de Oruro, Obra Maestra del Patrimonio Intangible de la Humanidad.
Para comprender esos sentimientos, uno tiene que estar en la piel de quienes no solo le rinden pleitesía a la imagen católica, sino de quienes, con esa motivación, bailan en su honor por al menos tres años seguidos, con todo el trasfondo que sustenta esa devoción.
Todo comienza con la pasión con la que se asume el sincretismo andino-cristiano de la celebración, que no solo se circunscribe a la mayor fiesta de Oruro, sino a la convivencia del hombre con la naturaleza en periodos sistemáticos del calendario agrícola, que comienza luego de Todos Santos, cuando los collas nos preparamos materialmente y espiritualmente para recibir los dones de la Pachamama. Es cuando comienza la anata, la fiesta de la naturaleza, que se confunde con el calendario gregoriano, y por eso es el primer convite el domingo siguiente al Día de los Difuntos, el inicio real del antruejo andino que es acompañado de novenas y veladas para la Mamita del Socavón hasta el último sábado previo a la entrada del Carnaval.
Ya en la intimidad del Carnaval uno entiende las contradicciones/relaciones del dios Huari andino y el Diablo bíblico o de la virgen católica con la Madre Tierra. Son elementos que le dan contenido a la fiesta que tradicionalmente se celebra desde aproximadamente 1781, cuando en las faldas del cerro Pie de Gallo fue descubierto el cuerpo inerte de Chiru Chiru, un ladronzuelo que robaba para los pobres, al pie de la imagen de la Virgen de la Candelaria, ahora la patrona de Oruro.
Chiru Chiru llevaba ese nombre debido a su sucia cabellera que se asemejaba al nido del pajarillo del mismo nombre. Cuenta la leyenda que, un día, un gamonal minero mandó a darle una paliza mortal al hombre. Es que éste andaba tirando piedras a la ventana de la casa donde aquel rico ofrecía una cena a sus visitantes.
No se sabe cómo llegó malherido a la vieja casa abandonada al pie del cerro, en cuya tapia estaba pintada la figura de la santa. Pero se cree que fue el primer devoto de la Virgen del Socavón, a juzgar por las velas derretidas halladas bajo la imagen; contaban los antiguos habitantes de la Villa de San Felipe de Austria, como se llamaba en la Colonia a Oruro, que Chiru Chiru encendía sirios a la virgen para tener éxito en sus fechorías.
Para entonces, los mineros ya bailaban no solo en honor de la Virgen, sino en agradecimiento a Huari, convertido en el Tío de la mina, y a la Pachamama, por los filones de mineral y los frutos de la tierra recibidos durante el año.
Y Huari era un ser maligno si no era correspondido. Un día, los urus dejaron de obedecerle. Molesto el dios, mandó una serie de plagas para vengarse de ellos, hasta que salió al paso la Ñusta, que convirtió las hormigas en arenales (al este de Oruro), a la víbora en una inmensa roca (cuyo parecido decapitado se extiende en las cercanías de la ciudad desde el Puente Español hasta el cerro Chiripujio) o al lagarto en piedra (al amanecer es posible ver una laguna del color de la sangre cerca de Cala Cala, al este de la capital).
La Ñusta es la misma Virgen del Socavón, en la analogía de la tradición del Carnaval de Oruro, y Huari, el Diablo… son los seres del bien y del mal por los que se desvelan los diablos, los morenos o los tobas en el Carnaval de Oruro. Por eso el desenfreno tradicional, cargado de fe y adrenalina.