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Misicuni

Cuando siendo todavía un adolescente llegué a vivir a la ciudad de Cochabamba, a mediados de la década de los años 50, ya se hablaba del tema Misicuni. Con él llegaría la mágica solución a la permanente escasez de agua en las áreas urbanizadas y rurales del valle y, de paso, habría energía eléctrica abundante y barata.

Sin embargo, es para no creer la cadena de postergaciones, enredos y frustraciones que el proyecto ha experimentado a lo largo de tanto tiempo. La letanía de planes y promesas sin cumplir originó el sarcasmo de Asikuni (del verbo quechua asiy: reir; o del adjetivo asikuna: irrisorio, risible, ridículo). Asikuni era, y quien sabe todavía lo es, un sinónimo pesimista y escéptico de Misicuni.

Gracias al sabroso y didáctico Informe La Razón de la última quincena nos enteramos de un enésimo anuncio. Después de la primera fase terminada en 2005 (un túnel de más de 19 kilómetros), la segunda fase consistente en una represa de hasta 120 metros, que será terminada en su primera etapa a fines del presente año. Pese a las irregularidades, juicios por daños al Estado, reajustes sucesivos de plazos y costos, además de un sinfín de peripecias por el estilo, se dice que la obra estará concluida hasta el 31 de diciembre de 2015.

Tomemos nota de esa fecha estimados lectores y tengámosla presente. Pero, ver para creer. Que me disculpe mi amigo Jorge Alvarado, actual presidente del Proyecto Múltiple Misicuni (PMM), hay suficientes antecedentes para poner en duda sus aseveraciones.

Más todavía, aunque mi pesimismo fuera derrotado y esa promesa fuera cumplida, este cuento está muy lejos de haber terminado. Hay una tercera fase que ni siquiera ha comenzado, la excavación de dos nuevos túneles de aducción del caudal de dos ríos y otras obras complementarias, por montos aún mayores que los de la primera y segunda fase.

Y algo todavía más asombroso, los volúmenes de agua suficientes podrían estar listos para ser inyectados el 1 de enero del próximo año, pero ninguno de los siete municipios involucrados (Sipe-Sipe, Vinto, Quillacollo, Colcapirhua, Tiquipaya, Sacaba y Cercado) está listo para recibirlos. Sus vetustas cañerías de aducción y sus redes de distribución podrían estallar por la presión del nuevo caudal del líquido elemento. La tarea de renovar esas instalaciones está demorada, requiere de grandes inversiones y en el mejor de los casos toma dos a tres años de plazo. ¿Será como el cuento infantil que de tanto proclamar que ya viene el lobo, cuando de verdad viene, nadie lo cree?

Da qué pensar. Transcurre una enormidad de tiempo sin aprovechar lo ya alcanzado. El primer túnel de trasvase, que costó 80 millones de dólares, será recién utilizado plenamente cuando culmine esta segunda fase, o sea diez años después de que estuvo terminado.

No es maleficio ni mala suerte. Es solo falta de planificación integral, ausencia de continuidad en las obras y, a veces, la perversa presencia de elementos de corrupción. De todas maneras, contra viento y marea, mantengo la convicción de que se puede vencer la aparente incapacidad del país para emprender grandes obras. Optimismo cauteloso, a pesar de todo.

Misicuni, cuando por fin algún día esté terminado, producirá más de 6.000 litros de agua por segundo, 3.900 potable y 2.200 para riego de miles de hectáreas y, de yapa, 120 megavatios de energía eléctrica a cargo de la Empresa Nacional de Electricidad (Ende). Todo eso sin provocar grandes daños ambientales, además de crear buenas posibilidades para desarrollar la industria piscícola. Soñar no cuesta nada, pues.