Gracias Pepe
Mujica derrumbó la idea de que transitar por el poder implica siempre contaminarse con sus aguas turbias

A pocos meses de convertirse en octogenario, este 1 de marzo dejará la presidencia de Uruguay José Pepe Mujica. Este hombre, cuyas canas van expandiéndose por sus cabellos y bigote, se asemeja más a un abuelito bonachón que a un líder con una dilatada vida política, a lo largo de la cual apostó por un mundo mejor, con un encierro carcelario a cuestas. Su alejamiento de la presidencia uruguaya pasaría inadvertido si no fuera porque el Pepe, cual Quijote contemporáneo, deja un legado inmenso para todos aquellos que seguimos soñando con una nueva forma de hacer política, desterrando aquellas miserias humanas que impregnan su práctica convencional.
Ese legado imperdurable tiene una enorme significación, pues Mujica derrumbó la idea de que transitar por los recovecos del poder implica inevitablemente contaminarse con sus aguas turbias. Él logró zafarse de esas aguas y trazó un derrotero distinto, entreviendo un horizonte alternativo a esa práctica convencional de hacer política, sintetizado en una palabra: coherencia.
Me refiero a la coherencia entre el discurso y la práctica, o la coherencia entre el hacer y el ser, que fue una constante de las acciones de Mujica en el poder. No es casual que expresara la siguiente frase: “Me comí 14 años en cana (prisión) y dos horas después de que salí, ya estaba militando”.
De allí se desprende, por ejemplo, la ética del Pepe tan desdeñable en la política convencional, donde la voluntad de poder nietzscheana se interpreta como la demostración de fuerza y la victoria del más fuerte a cualquier precio. A Mujica esa voluntad de poder arrogante no le hizo mella. Más bien, el sentido de la política ejercida por él continuó asociado al servicio del bien social. Así sentenció: “La política no es un pasatiempo, no es una profesión para vivir de ella, es una pasión con el sueño de intentar construir un futuro social mejor; a los que les gusta la plata, bien lejos de la política”.
En esa ruta, no traicionar sus propias convicciones fue casi uno de sus insistentes designios, para impregnar a la política de valores distintos a los de quienes encuentran su argumentación en aquella mentada frase: “El fin justifica los medios”. Por el contrario, ante esa manía inicua de no asociar la ética y la política, el Mandatario uruguayo logró articular la ética con su acción desde el poder. Posiblemente allí estriba el valor intrínseco de su paso por aquellos senderos tortuosos del poder, proporcionándole un nuevo sentido y posibilidad otra a la política.
El Pepe nos enseñó con su ejemplo que la práctica política nunca debe sucumbir a las miserables tentaciones humanas emergentes del poder, para así recuperar el verdadero sentido de la felicidad. Como él dice: “Vivir mejor no es solo tener más, sino que es ser más feliz”. En esta felicidad la sencillez aparece como fundamentalmente natural, el propio Mujica lo explica a modo de cuestionarnos: “¿Qué es lo que le llama la atención al mundo?, que vivo con poca cosa, una casa simple, que ando en un autito viejo, esas son las novedades. Entonces este mundo está loco, porque le sorprende lo normal”.
En suma, sencillez y coherencia, dos atributos que deja el Pepe como herencia inconfundible en un mundo enloquecido por alcanzar el poder y a partir de allí montar una pervertida imagen de barro opulento, cuando como él mismo enfatiza: “En política lo normal tendría que ser mi forma de vida”. Simplemente, por eso y mucho más, gracias Pepe.
Es sociólogo.