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Paréntesis

A esta columna le toca entrar en suspenso. Su servidor debe hacer una pausa por motivos laborales. En lo personal, prefiero pensar que es más un paréntesis que un punto final, pues el compromiso con un espacio bisemanal ha sido un reto sumamente interesante, y que creo que me ha permitido crecer como persona, al obligarme a cumplir tiempos, a ordenar ideas que flotaban en mi cabeza y a hacer una búsqueda de información básica para opinar con conocimiento de causa.
De esa manera opiné sobre los conflictos en Bolivia intentando ir un poco más allá de los lugares a donde nos quieren llevar los dirigentes en sus declaraciones públicas; he resaltado temas en los que creo que nuestro país necesita políticas públicas de cambio; y he señalado algunas taras sociales que nos impiden ser más equitativos y más humanos como país, especialmente en relación a los derechos de la mitad de la población de Bolivia: las mujeres.

Nuestro país no vive aislado del mundo y, en ese sentido, he observado cómo se mueven las grandes megatendencias económicas y políticas contemporáneas. En ese intento también he tratado de ir más allá de lo que las declaraciones públicas indican. Asumo que la construcción estatal, especialmente en Bolivia, donde falta tanto por construir, no se da solo movilizando las identidades desde adentro, sino también en relación a quién queremos ser en el mundo.

En estos años de relación con los y las lectoras de La Razón he aprendido mucho en el proceso de escribir las columnas. Ciertamente espero que algo de ese beneficio personal haya podido transmitirlo a quienes me regalaron su tiempo cada dos semanas. A ellos y ellas, mi profundo agradecimiento.

Debo agradecer también a Claudia Benavente, la directora de La Razón, que no solo fue generosa al prestarme este espacio para exponer mis ideas; también fue paciente y solidaria un par de veces cuando alguna gente se sintió incómoda con lo que expresé.

Gonzalo Jordán, el editor de Opinión, hizo con mis textos un trabajo pulcro y en más de una ocasión tuvo que trabajar extra para resumir lo que yo decía sin afectar el preciado —y también acotado— espacio periodístico. Gracias también para Gonzalo.

Siento que debo muchos otros agradecimientos, pero quiero dedicarle las últimas líneas de esta columna al Maestro Astor Piazolla, pues bauticé la columna con la inspiración de una magistral pieza de tango que él compuso junto con Aníbal Troilo, otra leyenda del tango argentino.

Contrabajeando es una pieza excepcional no solo porque es un tango que se suena raro para serlo: por un lado, no tiene letra; por otro lado (incluso en la versión original de 1954 con la orquesta de Troilo) es un tango que musicalmente expresa la transición musical de Piazolla. Los toques barrocos —inéditos hasta entonces— que se pueden escuchar en esta obra de arte del tango argentino reflejan la influencia que absorbió Piazolla de sus estudios de música clásica, en un momento en el que casi abandona el tango y hasta el bandoneón.

Luego, en 1961 Piazolla graba, ya con su propio quinteto, otra versión de Contrabajeando. Quiero pensar que era la que más se parecía a lo que él quería como nuevo tango, marcando una notable diferencia con el acompasamiento que tiene la versión de la orquesta de Troilo.

No obstante Contrabajeando es una pieza notable, además, porque le otorga el protagonismo a un instrumento que usualmente está en las sobras del tango; y el contrabajo —noble como es— sale bien librado del reto. Para quienes quieran buscar en internet, hay cientos de versiones. Les recomiendo la de los contrabajos de Baja California. Que disfruten.