Los extravíos de la masculinidad
No debemos avergonzarnos de ser hombres, aunque la sociedad haya condenado al macho a la infamia.
Los hombres nos alejamos de la normalidad. Es el caso de Tim Cook, el capo de Appel, a sus 53 años viene con su coming out of the closet. Aunque todos sabían de su homosexualidad, él consideró relevante hacerla pública. ¿Se imaginan que alguien interrumpa la cena para decir: “mamá, soy heterosexual”? Tim Cook dice que no es un activista. Quizás él busca adecuarse a las exigencias de los liderazgos en las grandes empresas que piden algo especial en los jefes. Por ejemplo, Steven Jobs en todas partes hacía gala de su veganismo. La homosexualidad es parte de la masculinidad y no debe ser vista como algo muy especial. Recuerdo a un amigo homosexual a quien le molestaba ser visto raro por su elección sexual: “los maricones somos hombres normales como tú y yo. No una de esas locas de Almodóvar”, decía.
Los hombres estamos perdiendo la identidad de género. Nunca debemos renegar de nuestra herencia neanderthal, por ejemplo, el saber marcar territorio o el hacer una conquista. No me refiero al comportamiento del simio pelo en pecho que arrastra de los cabellos a una mujer para llevarla a la caverna, hablo de nuestro destino evolutivo. La sociedad se desarrolla obviando al hombre. La educación moderna es pura represión a la masculinidad. Se nos quiere obligar a avergonzarnos de nuestra identidad. Se está creando una generación de papanatas. Los hombres ya no se llaman Romeo, don Juan, Casanova, sino David, Justin o Ricky. Estamos dejando lo lúdico como patrimonio de las mujeres hasta el punto que las power feministas de la tercera ola ya no nos consideran personas, sino objetos de goce.
El afeminar al macho mata nuestra esencia. Por ejemplo, el bigote, símbolo de la virilidad, está desapareciendo en la estilización. El referente se ha vuelto Cristiano Ronaldo con su metrosexualidad. No estoy en contra de que los varones deambulen entre el salón de belleza y el gimnasio; simplemente digo que el hombre, para ser moderno, no debe dejar de ser hombre. Nuestro himno nunca será el Macho man de Village People. Y se equivocan los varones que se creen sexys andando con el carrito de bebé. Nuestro destino evolutivo es cuidar del grupo. Tenemos que salir de la casa. En esencia somos cazadores. Reivindico a Tarzán. Nos gusta el peligro y hacer algo peligroso. No digo que anden con su motosierra, pero a veces necesitamos matar un ratón, aunque sea una araña. El hombre no tiene que dejar de ser el papucho barba azul chancaca de las mujeres.
Los cursillos para aprender a amar no sirven de nada. ¿Por qué existe ese tal Julien Blanc?, el gurú americano del flirteo; famoso por decir que a veces el macho dominante es necesario en una relación. Él tuvo detrás suyo una horda de mujeres enojadas que lo acusaban de promover la agresión, la violencia y la intimidación en una sociedad que funciona a base de lo políticamente correcto. Para mí, la existencia de Julien Blanc es la confirmación de lo mal que estamos los hombres. Ya no sabemos piropear. Antes, el enamoramiento se lo aprendía en la calle, con el experimentalismo corporal; ahora tenemos que pagar a un charlatán. Las silenciosas víctimas de la extorsión y estafa sexual en internet son los hombres.
La guerra de los sexos hace tiempo que ha terminado y se sabe quiénes la han ganado. Es tiempo de repensar nuestra masculinidad: probablemente la alegoría fálica del obelisco sobre la que se erigieron tantas civilizaciones está en quiebra. No debemos avergonzarnos de ser hombres, aunque la sociedad haya condenado al macho a la infamia. Reivindico el derecho de ser iguales, nada de discriminación positiva. Los hombres que amamos a las mujeres pedimos igualdad en todos las instancias: en la casa, el trabajo, la escuela y en los estrados judiciales.