Washington ha comenzado a entusiasmarse con la guerra ideológica durante los últimos días; no me refiero a una batalla entre demócratas y republicanos (esas son viejas noticias), sino entre los norteamericanos y el islamismo radical. Muchos de quienes pasaron las últimas semanas insistiendo en la idea de etiquetar a los yihadistas como “terroristas islámicos” ahora nos incitan a pelear contra ellos en el frente ideológico. A pesar de que éste es el escenario correcto, no cabe duda de que dicha lucha sería diferente a las antiguas guerras de ideas a las que estamos acostumbrados, y podría desencadenar en recomendaciones sorprendentes para la acción.

Nuestra imagen de un conflicto ideológico proviene de la Guerra Fría, otra lucha titánica entre dos visiones opuestas del mundo. Sin embargo, la razón por la cual la Guerra Fría fue tan dominante e intensa es que las ideas de cada grupo eran potencialmente atractivas para cualquiera, en cualquier parte del mundo. Tanto el comunismo como el capitalismo son ideologías seculares que tratan de seducir a los indecisos a que formen parte del modelo que propugnan.

Resulta difícil recordar hoy en día que decenas de millones de personas en todo el mundo se sintieron fuertemente atraídas por el comunismo durante décadas.

Algunos de los intelectuales más reconocidos, como el dramaturgo George Bernard Shaw y el novelista e historiador H.G. Wells, escribieron compresivamente sobre dicha temática. En 1930, época en la cual la democracia parecía desmoronarse y el fascismo avanzaba, varios pensaban que el socialismo era la respuesta obvia a los pesares del mundo. En las primeras elecciones, los partidos comunistas obtuvieron aproximadamente el 25% y el 20% de los votos en Francia e Italia respectivamente. Como consecuencia, muchos de los observadores temían que estos países optasen por convertirse en comunistas. La llamada al socialismo y al comunismo era real y fuerte en el mundo en desarrollo.

En cambio, el alcance mundial del islamismo radical es muy limitad. Casi por definición resulta muy poco atractivo para todos aquellos que no son musulmanes. ¿Qué cristiano querría la imposición forzada de la ley islámica (la sharia)? El islamismo radical no resuena ni siquiera dentro del mundo musulmán. En la mitad de los países islámicos en los cuales se convocan a elecciones (incluyendo a Indonesia, Malasia, India, Bangladesh, Turquía, Irak e incluso Pakistán), dichas ideologías tradicionalmente no han obtenido muchos votos. El éxito electoral de la Hermandad Musulmana en Egipto es una excepción parcial a esta regla. Sin embargo, fue bueno como consecuencia de diferentes razones que no están relacionadas con su ideología religiosa, que no es tan radical como afirma la dictadura militar de Egipto.

La guerra ideológica realmente trata de una lucha dentro del islam, debido a que las ideas en juego son potencialmente seductoras únicamente para los musulmanes.

Es una guerra cultural que debe ser librada por los musulmanes. Los gobiernos ajenos a esta lucha, como el de Estados Unidos, que desean ocupar un rol dentro de este conflicto deberían intentar escuchar y apoyar a los musulmanes que actualmente están dando el buen combate. Uno de ellos es el rey de Jordania, Abdullah II, a quien entrevisté esta semana en Ammán.

El rey apoya la postura de Obama de no describir a ISIS (o EI) como un Estado “Islámico”, ya que, a través de estos términos, los yihadistas “están buscando una legitimidad que no tienen dentro del islam”. La verdad es que resulta irrelevante cómo Obama desee nombrar a estos terroristas. Lo importante es cómo el rey y la comunidad local en Jordania y en el resto del mundo árabe hacen referencia a este grupo. Y uniformemente, no eligen llamarlo el “Estado Islámico”, EI,  “ISIS” o “ISIL”.

En lugar de ello lo llaman “Daesh”, un acrónimo severo, ya que resulta despectivo en tanto suena como la palabra árabe “daes”, que significa “pisotear bajo los pies”.

El rey Abdullah prefiere utilizar la palabra “khawarij” para describirlos, que significa “bandidos” o “renegados” del islam.

“No es una guerra occidental”, me dijo el rey. “Es una lucha dentro del islam en la que todos se unen contra estos bandidos”. Por supuesto, desea el apoyo y el compromiso internacional, pero es cauteloso con respecto a las tropas occidentales. Jordania se encuentra en la primera línea de batalla. Empero, otros países árabes, desde Irak hasta Egipto, se están uniendo finalmente y no solo en el campo de batalla. La semana pasada, la cabeza de El Cairo, los representantes de Al-Azhar, uno de los institutos de enseñanza musulmán sunita más prestigioso, condenaron la actuación de los “terroristas de Daesh” en particular y de los  “grupos violentos extremistas” en general que poseen “interpretaciones corruptas” del islam.

Aquellos que son más insistentes con nuestra necesidad de nombrar y conocer al enemigo desean que la administración norteamericana se una a la lucha, con pistolas en mano. No obstante, la ironía radica en que si uno comprende con perfección la ideología detrás del Estado Islámico, conduce a la dirección opuesta. En su ensayo The Atlantic, Graeme Wood discute la posibilidad de una mayor intervención militar estadounidense contra este grupo. “El mayor defensor de una invasión estadounidense es el mismo Estado Islámico”, escribe. “Los videos provocativos claramente se realizaron para involucrar a Estados Unidos en la guerra. Una invasión norteamericana sería un gran triunfo de la propaganda para los yihadistas en el mundo entero”. En cambio, Wood aconseja contención, ataques aéreos selectivos y apoyo a los musulmanes que trabajan para disuadir a sus hermanos de ser víctimas del islamismo radical.

En otras palabras, la lucha ideológica contra el Estado Islámico debería conducir hacia una estrategia sofisticada que implica, para Estados Unidos, moderación militar y cooperación política cercana con los árabes. Me pregunto si aquellos que claman dicha lucha estarán de acuerdo con esta postura.

Es periodista indoestadounidense. © The Washington Post Writers Group , 2013.