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Los arrepentidos

De tanto en tanto se esfuerzan por convencernos de que hacen política y que eso los hace más inteligentes que el resto (existe el término exacto, pero no corresponde transcribirlo en esta columna). Y nos pintan el mundo al verrés: los vicios como virtudes. Aparecen en la tele, en los medios, ufanándose de su cinismo: “para anunciar, señores periodistas, mi decisión de adscribirme, para servir al pueblo, en este nuevo partido, al haber reconocido la necesidad de aportar y fortalecer a este proceso (…)”.

Y allí quedan flotando cantidad de preguntas que no se formulan: ¿y a cambio de qué esta súbita iluminación?, ¿por qué recién ahora, cuando su anterior paraguas político comienza a llenarse de goteras, se dan cuenta de lo extraordinario del otro paraguas?, ¿por qué mientras le duró la pega en su viejo partido no se dio cuenta de lo extraordinario que es el nuevo, y hasta lo combatió? Los periodistas sabemos que no tiene sentido formular estas preguntas al pasa-pasa, porque cada respuesta será una nueva burla. Son preguntas que no tienen respuestas, y el cínico solo hará gala de aquello que mejor sabe hacer.

Hubo un tiempo en el que los pasa-pasa de izquierda abundaban (cuando la derecha estaba en el poder). Es cuestión de invitarlos a comer a un buen restaurante, les gusta, y ya está, me comentó una vez un diputado del MNR al ufanarse de que un connotado izquierdista que había sufrido los rigores de la dictadura (la tortura y el exilio) se hubiese convertido a las comodidades de la derecha (tal vez tenga que ver con eso de “vendido por un plato de lentejas”). Algo así como el síndrome de Estocolmo, en el que la secuestrada se enamora de su secuestrador. Así de ofensiva, de humillante es la derecha con los traidores que recluta. Y es que “un traidor puede más que mil valientes”, como bien señala una canción de Silvio Rodríguez.

Y, en su época, la ironía popular dijo que un poco tarde, pero aún a tiempo, se habían dado cuenta los miristas de que el dictador Banzer los perseguía para que sean parte de su gobierno (los combatió durante su dictadura y los llamó, y fueron a cogobernar con él en democracia).

También hubo un tiempo en el que los pasa-pasas de derecha proliferaban, cuando se dieron cuenta de que no era necesario esperar su nuevo turno, sino que podían seguir disfrutando agazapados en un poder ajeno. Hace poco escuché a uno de éstos repetir la frase de otro como él, como si fuese la fórmula perfecta: “El poder es como el sexo, el espacio que dejas libre lo ocupa otro”.

A diferencia de la “derecha”, que deja en claro que el pasa-pasa no es más que un traidor, la “izquierda” suele mostrarse un poco ingenua cuando intenta explicar su fomento al transfugio como un acto de arrepentimiento, de conversión ideológica del sujeto. Cómo será de feo el transfugio que los reglamentos de las cámaras legislativas lo penalizan, lo castigan mediante un proceso en la Comisión de Ética que puede terminar con la pérdida del mandato. Claro que, como es un asunto político, depende si el pasa-pasa se viene conmigo o está en mi contra. Ahí nace otra figura política: el tránsfuga malo y el tránsfuga bueno. Finalmente, para cerrar el texto, pero no el tema, otra pregunta: quien busca el poder a toda costa, sin importar con quién, sin ideología, ni principios, ¿para qué lo busca?

Es periodista.