Una campaña ciudadana?
Los líderes opositores, a sabiendas de que generan resistencia en el electorado y que ninguno de ellos tiene la capacidad de enfrentar a Morales, han optado por confiar en la ciudadanía. Algo raro: si la ciudadanía no confía en los políticos, entonces los políticos tendrán que confiar en el ciu-dadano.
Evo Morales dijo: “Quiero saber si el pueblo me quiere o no” (octubre). Con esta frase, el Gobierno ha reinventado una fórmula de polarización hacia el 21 de febrero que radica en confrontar al Presidente con el pueblo. Esta novedad en la estrategia del Movimiento Al Socialismo (MAS) es provocada por la abstinencia de los líderes opositores a liderar la campaña por el No.
Dicha reconfiguración del escenario electoral arroja preguntas que se difuminan en el imaginario social. Por ejemplo: ¿qué tan buena idea es entregarle la campaña a la gente? ¿está la sociedad civil lista para encarar una campaña articulada y en el ámbito nacional? ¿cuáles y qué tipo de recursos tendrán uno y otro bando para afrontar una movilización electoral de gran magnitud? ¿cómo se desenvuelve el MAS en un escenario sin enemigos visibles? Estas son algunas interrogantes en la nebulosa política que nos acompañarán hasta febrero.
Polarizar es una táctica política efectiva; arrinconar a los electores entre la espada y la pared a través de un principio maniqueo es rentable políticamente y una oportunidad para legitimar el orden impuesto; de esta manera los rivales nunca se acaban aunque carezcan de carne y hueso, pues su naturaleza abstracta y sectorial es suficiente para considerarlos un peligro. Ejemplos sobran: la oligarquía, los vendepatria, la derecha, los neoliberales, los medios de comunicación y el capitalismo encabezan la lista de enemigos que curiosamente juegan un rol ambivalente en las líneas discursivas del Presidente y su gabinete, pues durante la gestión pueden llegar a ser nobles socios, pero en épocas electorales se convierten en una amenaza extrema.
Por eso, polarizar es el principal negocio electoral del Gobierno. Para el MAS un enemigo es a la vez un potencial aliado. Este oxímoron político se ha convertido en la estrategia electoral masista desde hace 10 años, pues al interior del partido son conscientes que la figura del Presidente no tiene parangón en la actualidad y, por lo tanto, sale victorioso en los escenarios polarizadores propuestos, porque el partido gobernante entra en su zona de confort bajo un esquema de contrarios. Polarizar, derrotar, cooptar, es la triada electoral del oficialismo.
Como precedente, el referéndum del 20 de septiembre demostró los límites del MAS cuando enfrenta a la ciudadanía. En una muestra de rebeldía ciudadana e independencia política, el pueblo se impuso ante el aparato estatal que pretendía implantar sus estatutos autonómicos carentes de competencias y recursos. Apelando a amenazas —igual que en las elecciones subnacionales del 29 de marzo— el Gobierno prometió coerción desde la gestión pública para quienes rechacen su propuesta autonómica. La historia que sigue es conocida: el No ganó por goleada y el statu quo se mantuvo a conveniencia del centralismo gubernamental.
Por otro lado, los líderes opositores a sabiendas que generan resistencia en el electorado y que ninguno de ellos tiene la capacidad de enfrentar a Morales, han optado por confiar en la ciudadanía. Algo raro… porque si la ciudadanía no confía en los políticos para frenar los abusos del Gobierno, entonces los políticos tendrán que confiar en el ciudadano. ¿Acaso es una estrategia que desdeña la capacidad opositora? o más bien, ¿es una maniobra que evita polarizar con el Presidente y su partido?
Por eso, rehusarse a guiar la campaña y apostar a los ciudadanos no solamente es arriesgado porque merma las posibilidades de articulación política, también se pierde voceros importantes que invisibilizan el rechazo a la reforma constitucional.
Bajo estos escenarios, el camino electoral a transitar para quienes apuesten por el Sí y quienes voten por el No tendrá desequilibrios cruciales. Veamos: los militantes del Sí, encabezados por el instrumento político del Gobierno y los movimientos sociales oficialistas, activarán su maquinaria electoral expresada en la sociedad política bajo su control; los 20 ministerios del Poder Ejecutivo y sus funcionarios, gran parte del Legislativo y un silencio cómplice del Poder Judicial; además de las seis gobernaciones y 218 gobiernos municipales que están en su poder; a ello hay que multiplicar la cantidad de funcionarios públicos que aportan con su diezmo y que invadirán las calles empapelando el país para promocionar las bondades del proceso de cambio.
No obstante, en las últimas semanas la sociedad boliviana ha dado muestras de cohesión en torno al No con el surgimiento de agrupaciones civiles, intelectuales, universitarias; masistas desencantados y diversos sectores que se esfuerzan en afinar una campaña que en sus inicios se caracteriza por el caos y la falta de coordinación entre los mencionados grupos. Quienes van por el No apuestan a la colecta, fondos ciudadanos, rifas y todo tipo de ayuda económica que no se compara al presupuesto oficialista. Pero los obstáculos siguen; al no existir un partido, organización, sector, agrupación o cualquier infraestructura política que articule la campaña, la coordinación se dificulta, la cantidad de actores puede entorpecerlo, los egos políticos lo ensombrecen y la confusión reina.
Ante las adversidades, el trabajo en redes y la generación de una agenda inmediata es fundamental en este trimestre. Es absurdo promocionar un líder o tejer un proyecto político en poco tiempo que pretenda canalizar las demandas ciudadanas, porque gran parte del electorado no se siente representado por un partido o líder en la actualidad, pero reacciona y se moviliza cuando siente el abuso y atropello, como sucedió con la VIII marcha del TIPNIS, donde la ciudadanía y los opositores, a pesar de sus diferencias internas entre sí coexistían apoyando los derechos de los pueblos indígenas y la Madre Tierra.
El hecho de que sean sectores de ciudadanos que impulsen el No en el referéndum de febrero, elimina la mediación de la clase política y convierte al ciudadano en un actor político, este desplazamiento de la representación puede traer ventajas como la generación de nuevos líderes, la agregación de demandas regionales insatisfechas, la coordinación horizontal entre sectores sociales contrarios al Gobierno y la creación de una narrativa histórica y política post-Evo.