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Agua

En América Latina, 36 millones de personas carecen de acceso a una fuente de agua segura

/ 8 de marzo de 2015 / 04:00

Mientras usted lee esta columna, quizá quiera ir al baño. No tema. Nada más fácil. Camine unos pasos, hacia la habitación señalizada. Incluso si está en un lugar público, accederá a la privacidad de un cubículo personal perfectamente higiénico. No se inquiete por su seguridad. Las personas del sexo opuesto asisten a otro apartado. Relájese. Si lo desea, lleve el periódico (o la tableta) y lea ahí. Huele bien. Si se encuentra en Tokio, incluso podrá regular la temperatura del asiento y aplicarse hidromasaje. No se imagina usted la suerte que tiene.

Si viviese usted en una comunidad nativa de Pucallpa, Perú, no sería tan fácil. Tendría que hacerlo al aire libre, por el camino donde pasan sus hijos y sus vecinos, junto a algún árbol del que a veces saltan bichos al cuerpo. O quizá caminar unos quinientos metros hasta la letrina más cercana. De noche, no tendría alumbrado público. Y el camino estaría infestado de mosquitos, arañas y alguna que otra serpiente… O un violador.

Y todavía no hablamos de lavar los platos. ¿Y la ropa? ¿Listo para agacharse en una laguna? ¿Y la basura? ¿Va a echarla en el río, directamente sobre los pescados? ¿O en el bosque, justo entre las frutas? ¿En qué parte de su menú diario piensa arrojar los desperdicios? Claro que podría lavar las frutas y los pescados, pero… ¿con qué agua?

Invitado por la fundación Aquae y Unicef, viajo por los ríos de la selva peruana a mediados de enero. En América Latina, 36 millones de personas carecen de acceso a una fuente de agua segura. En el mundo son 748 millones. En estos mismos días, otro país amazónico, Brasil, decreta racionamiento de agua en Sao Paulo debido a la falta de lluvia. Pero aquí el agua sobra. El Amazonas es el río más caudaloso del mundo. Todo mi viaje se realiza en lancha, faltaba más. Las lluvias duran meses. Y sin embargo, en la región de Ucayali la mitad de la población no tiene agua potable. Solo una tercera parte accede a saneamiento. Y solo el 1,8% de los niños tiene un váter en su casa.

Cuando nos hablan de escasez de agua, pensamos que falta para beber. No consideramos todas las otras cosas que el agua hace por nosotros.

Fundamentalmente, limpiar y lavar de un modo cómodo y seguro, ganando tiempo, reduciendo las enfermedades, incluso aumentando la seguridad.

El Estado peruano y otras instituciones han hecho esfuerzos por instalar agua y saneamiento. Pero en mi viaje soy testigo de los cadáveres de esos esfuerzos.

En algunos pueblos hay pozo, pero no lo suficientemente profundo. El agua brota envenenada con hierro. En otro pusieron letrinas. Pero la crecida del río las inundó, repartiendo su contenido por todo el poblado.

No todo está perdido, sin embargo. Mi descubrimiento más esperanzador es la ONG Alianza Arkana. Su objetivo es poner agua y saneamiento a costo mínimo aprovechando el medio ambiente. Y lo hacen con creatividad. Sus letrinas son de madera y miden dos metros de alto. Hay que subir escaleras para hacer pipí.

Pero así son inmunes a las crecidas. El contenido se procesa de un modo natural y forma abono. También reciclan el agua de la ducha y el fregadero. Y lo más importante: escuchan las necesidades de la comunidad y enseñan cómo emplear las instalaciones. El diálogo es la forma más barata de luchar contra la pobreza.

Para tener agua, no basta el agua. Puedes irrigar un desierto, como ha hecho Israel, o vivir junto a un río y no poder ducharte, como muchos habitantes de Ucayali. Tenerla implica saber a cuántos metros puedes extraerla, en qué condiciones es higiénica, qué hábitos seguir para no ensuciarla; en suma, conocimiento. Para tener agua, también hay que tener educación.

Ahora, culmine su espacio de intimidad fisiológica. Practique sus abluciones con el equipo instalado y gratuito. Encontrará en los alrededores una válvula sencilla de usar para asearse, y hasta jabón. Antes de salir, valore esa habitación, quiérala, y reconozca todo lo que no ha hecho para merecerla.

Es escritor peruano, columnista de El País.

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Mentir con estilo

Para mentir no hacen falta palabras. Puedes esconder la realidad detrás del maquillaje

/ 4 de diciembre de 2016 / 04:13

Marine Le Pen se pone mona. Para las próximas elecciones, la líder de la ultraderecha francesa ha renovado su fondo de armario simbólico: las esvásticas y los botines militares están out. Ahora lo que se lleva es un amable rosa azul, nuevo logo del Frente Nacional. Nada de retratos de Petain o Mussolini. En las paredes de la nueva sede del partido cuelgan fotos de Einstein, lenguas de los Rolling Stones y hasta un grafiti de Banksy supercuqui.

Para mentir no hacen falta palabras. Puedes esconder la realidad detrás del maquillaje o de una ropa bien escogida. Ni siquiera hace falta ser famoso. Mentir con estilo está al alcance de cualquiera: te pones un sujetador push up y ya no eres real. Te anudas una corbata para pedir un préstamo en el banco y estás faltando a la verdad. Te pones un reloj Swatch con la cara del Che Guevara y explota el polígrafo.

El más preocupado con todo esto es el creador de Facebook, Mark Zuckerberg. Durante la campaña de Donald Trump su red social sirvió como plataforma de millones de noticias falsas: “Obama fundó el ISIS”. “El Papa pide el voto para Trump”. “El cambio climático es un invento de los chinos para perjudicar a Estados Unidos”. A fuerza de repetirlas millones de veces en Facebook, las mentiras se fueron convirtiendo en verdades.

Ante las críticas, Zuckerberg ha anunciado medidas para comprobar la veracidad de la información en la red. Por lo pronto, para verificar la campaña de Le Pen necesitará un equipo de estilistas, peluqueros y decoradores de interiores.

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Muñeca

Hoy las muñecas desarrollan toda una gama de roles, desde ejemplos profesionales hasta de consumo.

/ 23 de julio de 2016 / 04:09

A mi hija de cinco años le han regalado una muñeca gigante. Es más alta que la niña. Lleva un traje a la moda, maquillaje y una pulsera en el tobillo. Su dueña no la ve como una bebé, sino como una amiga madura y experimentada.

— Papi, ¿sabes que cuando sea grande voy a ir a fiestas y beber cerveza? — ¿De dónde has sacado eso, cariño? — Me lo ha explicado mi muñeca, afirma mi hija.

La muñeca gigante se pasa la vida explicándole cosas. Antes, por las noches, frente al televisor, yo me sentaba junto a mi niña. Ahora, la muñeca se interpone entre nosotros, y la niña le cuchichea. A veces, parece que me miran y se ríen entre ellas.

— Papi, ¿sabías que cuando sea grande voy a divorciarme? — Bueno, tienes todavía un tiempo para pensarlo… — Me lo ha dicho la muñeca. Y me quedaré con los bienes de mi marido. Y con los niños.

He tratado de discutir esos extremos, pero, al parecer, la muñeca gigante goza de más credibilidad que yo.

En los viejos tiempos, las muñecas cumplían el papel de hijas de sus dueñas, modelo a escala de la familia tradicional. Hoy, desarrollan toda una gama de roles, desde ejemplos profesionales hasta íconos de consumo o escaparates de la diversidad cultural. Cada muñeca es una mujer en potencia: un futuro posible para sus usuarias y sus familias.

He aceptado el cambio con espíritu abierto y tolerante. Pero de noche, cuando me acerco a besar a mi hija dormida, su muñeca me mira con desprecio. Creo que voy a pedir una orden de alejamiento contra ella.

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Vuelve Diana

Tanta exposición mediática de Pippa Middleton es una bomba de tiempo para la familia real

/ 4 de junio de 2016 / 15:47

Pippa Middleton sacude el fantasma de Lady Di. Hace décadas, aquella chica espontánea y juvenil enamoró a los ingleses y refrescó la imagen de la imagen de la familia real británica. Pero los sueños de Diana —y su bulimia— se estrellaron contra el mármol de Buckingham. La separación de Diana y Carlos tuvo todos los elementos de un best seller: la niña buena en la jaula de oro. El príncipe infiel diciéndole a su amante “quiero ser tu támpax”. La villana integral, la reina Isabel, fría ante la tumba de nuestra trágica heroína. El daño a la Corona resultó irreparable.

Una generación después, Guillermo ha conseguido recuperar el aura de familia feliz que su público reclama: su esposa Kate Middleton es sencilla y discreta. El pequeño George queda muy mono recibiendo a Obama en albornoz. Pero nadie los previno contra la cuñada.

El reguero de titulares de Pippa Middleton han hecho saltar las alarmas: “Pippa viaja a esquiar con sus amigos”. “Pippa iba muy elegante al salir del gimnasio”. “Pippa le dio un beso a un chico en un taxi”. Tanta exposición mediática es una bomba de tiempo para la familia real, que, según el Mail on Sunday, le ha ordenado discreción. La prometedora carrera mediática de Pippa ha terminado.

La monarquía es un cuento de hadas. En tiempos de crisis (y Brexits) promueve el sueño de un país estable, lleno de padres amables y niños sonrientes. En cambio, el reality show es el peor enemigo de los cuentos de hadas, porque al final, en la vida real, siempre somos más bajos, más feos y más mezquinos que en la fantasía. Diana pagó la lección con su vida. Ahora Pippa lo sabe también.

Es escritor peruano, columnista de El País.

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Malos

Hoy los héroes van por la vida amargados, escupiendo y maldiciendo. Ser bueno es cosa del pasado

/ 16 de abril de 2016 / 09:18

Batman ha enloquecido. En su última peli, le da por torturar a los criminales que persigue. A algunos los marca con un hierro candente, como al ganado. Roba armas. Y no contento con ser el más chungo del barrio, ahora quiere cargarse a Superman ¿Se puede ser más malo?

Se puede. Basta con echar un vistazo a Deadpool, que sigue en cartelera. Este superhéroe trabaja como mercenario de bolsillo, pegándoles palizas por dinero a repartidores de pizza y otros canallas domésticos. Se enreda en trifulcas de bar y se enamora de una prostituta. Un encanto, vaya. Y los que faltan. Ahora mismo, se prepara para llegar a salas Suicide Squad, sobre una agencia del Gobierno estadounidense que recluta supervillanos para misiones secretas e inconfesables. Entre las líneas del guion que se han filtrado figura: “Oh, no voy a matarte. Solo voy a hacerte mucho, mucho daño”.

No solo los superhéroes se están pasando al lado oscuro. También los personajes infantiles. La NRA (el mayor lobby de armas de Estados Unidos) ha publicado versiones de los clásicos para niños en que los protagonistas llevan armas de fuego. La abuela de Caperucita se defiende del lobo con una escopeta. Hansel y Gretel van por el bosque armados con sendos fusiles.

Hubo un tiempo en que los héroes —como el Capitán América— defendían los valores positivos de Occidente. América era tierra de oportunidades. Europa, un refugio para perseguidos de dictaduras. Hoy que Donald Trump puede ser presidente en Estados Unidos y la extrema derecha marcha por las calles de Bruselas, los héroes se han desencantado. Van por la vida amargados, escupiendo y maldiciendo. Ser bueno es cosa del pasado.

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Poderosas

/ 20 de marzo de 2016 / 04:00

Cuando era primera dama de Reino Unido, Cherie Blair llevaba ropa negra a todos los viajes oficiales. Tenía en la maleta hasta un sombrero oscuro. La razón: el qué dirán. La reina madre estaba mayor y podía morirse en cualquier momento —contaba ya 95 años cuando Tony Blair ganó las elecciones—. Y si su muerte pillaba a Cherie, pongamos, en Tailandia, y la primera dama británica aparecía al día siguiente en las noticias con una blusa floreada, la prensa la destrozaría.

Nadie habla de cómo se visten los importantes. Pero tratamos a las importantes como modelos de pasarela. En un viaje de Sarkozy a España, ocuparon portadas los vestidos de Carla Bruni y la entonces princesa Letizia. A Hillary Clinton le preguntan por su ropa. Para evitar ser esclavizadas por el tema, las más poderosas visten deliberadamente aburridas. Janet Yellen lleva solo colores oscuros. Angela Merkel parece tener un solo traje, que tiñe cada día de un color diferente.

La nueva actitud femenina se llama Sheryl Sandberg. La directora operativa de Facebook, séptima mujer de la lista Forbes, luce Louis Vuitton, Prada y Chanel en la empresa que hizo de la sudadera un ícono. Y, sin embargo, para contrarrestar la maldición de las mujeres, jamás habla de ello. Sandberg ha decretado el silencio. Se niega a mencionar su estilo en sus memorias, a detallar su outfit en las fotos, a contestar preguntas sobre ropa… Mientras no deja de comprarse ropa. La prensa la ha criticado duramente por vestir con gusto y evitar el tema. Pero ella, simplemente hace lo que le da la gana. Eso es ser poderosa de verdad.

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