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Munasami kullakita

El Alto se caracteriza por ser una de las ciudades más violentas del país, y como bien se sabe, este flagelo se ensaña con los sectores más vulnerables. Ante esta realidad, un grupo de personas decidió organizarse y actuar frente a la opresión y el desamparo que muchas niñas y adolescentes en situación de calle viven diariamente en la segunda urbe más poblada del país.

Se estima que en El Alto viven aproximadamente 3.000 personas en las calles, y que el 40% (1.200) tiene entre 10 y 19 años; la mayoría son niños, niñas y adolescentes que han abandonado sus hogares para escapar de los abusos físicos, sexuales y psicológicos. Sin embargo, por lo general huyen a una realidad que puede ser mucho más dura. Y es que en las calles, además de extrañar siempre el alimento, el abrigo y el cariño, nunca faltan las enfermedades, el maltrato y la violencia, ejercida por propios y extraños de diferentes formas. Por ejemplo, es de conocimiento público que muchas niñas y adolescentes consienten la violencia sexual comercial con tal de tener un poco de dinero para poder comprar algo de comida, alcohol y drogas que les ayudan a escapar del frío, del hambre y del desamparo. En muchas ocasiones los “clientes” se hacen pasar por miembros de la Policía o autoridades judiciales (y algunos realmente lo son) para no tener que pagar por los “servicios” prestados o con el fin de obligarlas a mantener relaciones sin preservativos, entre otros maltratos.         

Hace ocho años, para luchar contra esta terrible realidad, un grupo de personas, bolivianas y extranjeras, decidieron fundar un hogar de acogida temporal al que denominaron Munasami kullakita (Quiérete hermanita, en aymara), con el apoyo de varias ONG como Cáritas Alemana, Icco y Fondo de Emancipación; pero también y sobre todo gracias al compromiso de Ricardo Giavarini, un italiano que cada cierto tiempo llega al país con recursos para esta institución que recauda en su ciudad natal, Milán.

Actualmente, los jueves por las noches, psicólogos, trabajadores sociales, educadores y voluntarios de esta fundación salen a las calles en busca de estas muchachas marginadas cuya principal fuente de ingresos es la violencia sexual comercial, ofreciéndoles cobijo, alimento, terapias para superar su adicción a las drogas o el alcohol, así como también la oportunidad de continuar con su educación y asistir a talleres para aprender un oficio como gastronomía, corte y confección, computación y arte. 

Pese a que Munasami kullakita solo tiene capacidad para albergar de manera permanente a 18 menores, se estima que hasta ahora este proyecto ha ayudado a cerca de 800 niñas y adolescentes, muchas de las cuales han logrado recuperarse, salir de las calles y reintegrarse a sus hogares. Un proyecto en verdad encomiable que bien merece el apoyo de toda la ciudadanía para que crezca y se reproduzca en otras urbes del país.