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La inversión y los salarios

La Central Obrera Boliviana (COB) y el Gobierno nacional han acordado un incremento del 15% al salario mínimo y de 8,5% a la masa salarial. Las buenas intenciones, sin políticas complementarias, pueden dañar a los trabajadores y a la economía nacional.

Los datos muestran que en los últimos diez años los salarios no aumentaron, sino que descendieron en capacidad adquisitiva. Este hecho contrasta con los años anteriores, cuando el salario real sí aumentó en un 27,8% entre 1994 y 2004. Pero desde ese momento descendió, llegando a su nivel más bajo en diciembre de 2010, cuando los salarios medios habían perdido casi un quinto de su valor adquisitivo. De ahí se recuperaron, pero a junio de 2013 todavía estaban casi un 10% por debajo de 2004. La Fundación Milenio explicó en su boletín 261 de qué manera el aumento del mínimo contribuye a bajar el salario real promedio. ¿Qué hacer para mejorar el poder adquisitivo de los trabajadores?

No basta el crecimiento económico para que mejoren las condiciones de vida de los trabajadores. Las tasas de crecimiento desde 2005 son mayores, pero se trata de un tipo distinto de crecimiento económico. Lo verdaderamente importante es lo que sucede en los sectores económicos que emplean la mayor cantidad de trabajadores. Nuestra economía ha crecido en los últimos años impulsada por la demanda externa, que absorbió una creciente cantidad de materias primas y pagó por ellas mucho más. Con ese dinero aumentamos nuestras importaciones, manteniendo un tipo de cambio estable y relativamente barato. Esto benefició al consumidor, pero dañó a los productores, especialmente a los pequeños que tienen mercados locales. Les ha sido cada vez más difícil competir con los importadores, por lo que dejaron de realizar inversiones, emplearon cada vez a menos trabajadores o, por último, se vieron imposibilitados de pagar mejores salarios.

Antes del boom exportador ocurría lo contrario. Exportábamos poco y teníamos dificultades para importar. Como las expectativas de consumo de la gente aumentaban, los productores se esforzaban para abastecer esa demanda e invertían, pagaban mejor a los mejores trabajadores y, cuando les iba bien, empleaban a más gente, compitiendo para atraer a los más productivos. Los salarios subieron y el mínimo resultó irrelevante, era apenas una referencia para cálculos de impuestos y pensiones.

La solución no siempre está donde se ve el problema. Una buena política de inversiones es más importante para los trabajadores que para los empresarios. Éstos llevan sus capitales al exterior con más facilidades que aquellas que los trabajadores tienen para migrar. Pero si invierten en el país, competirán también para emplear a más personas, pagando mejor a los de más experiencia y capacidad técnica. Los sueldos y salarios suben en términos reales, de poder adquisitivo, cuando las empresas invierten, crecen, ganan mercados y se hacen más competitivas.

La política de inversión debió ser parte de la negociación y debate entre los trabajadores, los empresarios y el Gobierno. Es fácil subir el salario mínimo, pues consiste en una decisión política. Pero si ella no toma en cuenta la lógica económica y es complementada con una adecuada política de estímulo a las inversiones, volverá a dañar a quien más se desea beneficiar.