Tomarle la mano o darle un beso a quien se quiere es una muestra de ese sentimiento poderoso llamado amor, pero cuando un hombre se agarra de la mano con otro hombre o una mujer se besa con otra se desata un rechazo social entre quienes ven la escena. Burlas, insultos, amenazas… La violencia intolerante gana… Lo digo con conocimiento de causa, lo he vivido en carne propia y lo he visto entre otras parejas del mismo sexo en La Paz y otras capitales.

No deja de ser una contradicción que  en pleno siglo XXI y en la construcción de un Estado plurinacional, descolonizado y despatriarcalizado se nos olvide “deshomofobizar”. Quizá esta palabra no figure en el diccionario de la lengua española, pero aunque sea un invento mío y esté errada, es la única que he forjado en mi léxico para reclamar y alzar mi voz con un tema que se ha vuelto la quinta rueda del carro de las políticas públicas y de la lucha en contra de la discriminación.

En América Latina, Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador y Uruguay son nuestros vecinos que no han descuidado el tema y han apostado por la dignidad de la unión civil entre personas del mismo sexo. Lo cual va más allá de la concepción religiosa del matrimonio y apunta a respaldar el derecho de que dos personas que se aman puedan unir sus vidas y estar protegidas legalmente como cualquier otra pareja heterosexual.

En Bolivia no pasa nada, más bien, en vez de avanzar, nos hemos estancado.  El Estado no acompaña, no tiene presencia entre los grupos y colectivos consolidados y ni siquiera conoce sus demandas de equidad y justicia. No faltan candidatos que, para jornadas electorales, enarbolan la bandera GLBT con el fin de conseguir votos.

El ser gay, lesbiana, bisexual, transexual u otro se frivoliza en todas partes, y también en los medios de comunicación, donde se muestran cuerpos erotizados y no politizados; transformistas con grandes senos, trajes y poses sexistas y sin discurso político. Una mera caricaturización de lo que es en realidad el movimiento de las diversidades.

Sin embargo no es el único espacio donde se vale de esta problemática. Han surgido activistas que se valen del movimiento para captar recursos económicos de la cooperación internacional, que en realidad no benefician ni cambia la violencia a la que se enfrenta cada día un joven o una jovencita que tiene otra opción sexual.

Yo hablo desde mi postura de profesional de clase media, proveniente de una familia tradicional chuquisaqueña, artista, educado en colegios privados y activista por los derechos humanos desde tiempos universitarios; pero quiero salir de mi entorno y por eso me pongo en la piel de mis hermanos y hermanas del colectivo GLBT de zonas periféricas, deprimidas económicamente y del área rural, quienes no cuentan con respaldo estatal y viven sometidos a la violencia social, al temor de que su amor a otro de su mismo sexo los condene a una vida azotada por la intolerancia, discriminación y la violencia en todas sus manifestaciones, vejaciones, golpizas, insultos, maltrato psicológico y hasta la muerte.

Entonces, qué hacer para luchar por nuestros derechos. Solo se me ocurre  plantarme frente al Estado para reclamar y unir voces con el objetivo de pedir una deshomofobización con políticas públicas y reales de respeto al conjunto de ciudadanos bolivianos y bolivianas que hemos decidido por otra opción sexual. A veces las palabras sobran, a veces no existen las que necesitamos, a veces se nos olvida alguna y necesitamos inventarla, pero la palabra es poder y las palabras se transforman en acción, por eso forjo una nueva palabra “deshomofobización”, y a pesar de que no exista formalmente, nace en mi boca porque creo que es mi palabra de lucha.