Icono del sitio La Razón

La política económica a revisión

Una vez finalizadas las campañas electorales, será imprescindible abordar la discusión sobre la política económica necesaria para la nueva coyuntura, puesto que ya nadie duda de que han cambiado los parámetros que sostuvieron el estilo de gestión de los años anteriores, cuando existían condiciones muy favorables en la economía internacional: un alto nivel de crecimiento global, impulsado por la demanda dinámica de China y otros países asiáticos, lo cual se expresaba en elevados precios de nuestras principales exportaciones. Entre las condiciones favorables del pasado debe mencionarse también la vigencia de contratos ventajosos para la exportación de gas natural a Brasil y Argentina.

Los excelentes precios prevalecientes en los contratos de exportación de gas natural trajeron aparejados ingresos fiscales muy superiores a los del pasado, lo que se reflejó a su vez en un permanente superávit fiscal. Bajo tales condiciones pudo abordarse un amplio proceso de redistribución de ingresos, que ha alentado a su vez un aumento sustancial de los gastos de consumo de los hogares. La reducción de la pobreza, las mejoras en el bienestar de amplias capas de la población y el incremento en el consumo suntuario son perceptibles a simple vista.

No es de extrañar que en la interpretación oficial se insista en que el modelo económico prevaleciente se apoya en la demanda interna como la fuerza motriz más importante del dinamismo de la economía boliviana. Sin embargo, ahora la política económica debe proporcionar respuestas apropiadas a la caída de los precios de exportación y a las políticas que vienen aplicando nuestros principales socios comerciales, pero asimismo a las expectativas creadas entre los agentes internos.

Al amparo de una enorme holgura de capacidad para importar y de superávit fiscal permanente, no se ponen de manifiesto las bondades intrínsecas de los diferentes modelos de política económica; incluso errores gruesos de enfoque y gestión pueden pasar desapercibidos y hasta disiparse en medio del auge generalizado. La pericia de la gestión se demuestra, en cambio, cuando se requieren respuestas razonables ante cambios inesperados de las principales variables estratégicas.

Tal es el caso que enfrentamos en estos momentos, como consecuencia de la gran volatilidad que se ha instalado en la economía internacional, de la cual el país forma parte. Primero, que la economía mundial siempre ha funcionado de manera cíclica, aunque cierta ortodoxia tienda a negar esto; pero más importante que eso es que ahora se ha iniciado una transición estructural del sistema internacional, con desplazamientos hegemónicos en la zona central y fuertes tensiones geopolíticas en varias zonas periféricas.

No debe llamar la atención que tales circunstancias se traduzcan en mutaciones significativas de algunos precios internacionales de referencia, tales como las principales divisas y los hidrocarburos. Mientras el país dispuso de una balanza de pagos holgada, no fue difícil mantener el tipo de cambio fijo, aunque eso trajera consigo una pérdida de competitividad y una severa distorsión del sistema interno de precios relativos, agravada por diversos subsidios y las intervenciones gubernamentales en algunos mercados altamente sensibles.

Los países vecinos vienen adoptando medidas cambiarias que afectan a nuestro comercio exterior. Más temprano que tarde se hará necesario contrarrestar los efectos negativos de dichas medidas sobre nuestro esquema de abastecimiento interno, cuyo componente importado es cada vez mayor. Se puede afirmar que las razones para introducir cambios en los enfoques de la política económica obedecen a circunstancias más complejas que los previsibles saldos negativos del balance comercial. Los desajustes más complicados se anticipan en la esfera del empleo, y eso es sensible socialmente.