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Políticas sectoriales

En los tiempos que corren, no cabe duda de que una de las tareas más urgentes es la tradicionalmente postergada diversificación productiva del país. La vinculación de la economía boliviana con los mercados internacionales depende básicamente del gas, minerales y soya. Hoy más que nunca se debe hacer un esfuerzo para diversificar la inserción en el mundo.

Aunque el nivel de dependencia del gas (la exportación estrella del país) es importante, no es determinante. En el caso boliviano, este hidrocarburo representa el 50% de las exportaciones nacionales. Junto con los minerales y la soya, estos tres rubros representan aproximadamente el 80% de las exportaciones.

El Presidente del Estado está insistiendo desde hace algún tiempo en la idea de exportar energía eléctrica a los países vecinos. Se habla de empezar con200 megawatts (MW), para un mercado de miles de MW. La idea parece interesante, desde el punto de vista de diversificar las fuentes de divisas. En ese sentido, se debe también potenciar algunas actividades que actualmente están generando algún movimiento económico, pero que, por su relativamente baja contribución al PIB, aún no captan la misma atención que la soya o los minerales.

En ese sentido, vale la pena analizar un rubro que ha dado mucho que hablar en las últimas semanas: el de la producción de quinua. Este producto agrícola dio un salto espectacular en la primera década del presente siglo, cuando el valor de las exportaciones del grano pasó de unos pocos millones de dólares a algo más de $us 40 millones en 2010 y hasta casi $us 200 millones en 2014. Ciertamente esta coyuntura se vio favorecida por el significativo incremento del precio internacional de la quinua, que de un dólar por kilo a principios de 2000 cerró a más de seis dólares el kilo en 2014.

En cuanto a la producción de este nutritivo alimento, Bolivia necesita un impulso exportador igual al de la soya, para lograr un equilibrio diversificado en la balanza de pagos. Eso requiere que las exportaciones del grano andino se multipliquen por cinco en los próximos años. Técnicamente es un objetivo que se puede alcanzar. Sin embargo, este reto no se podrá materializar con las actuales condiciones institucionales y de política pública. Por un lado, los propios productores deben fortalecer su institucionalidad y deben reinvertir montos mucho más voluminosos de su excedente para potenciar las exportaciones.

Por otro lado, el Estado debe también ejecutar un programa masivo de inversiones en apertura de mercados, mejoramiento genético, denominación de origen, infraestructura productiva y logística de comercio exterior. Algunas de estas tareas ya se han iniciado desde el Ministerio de Desarrollo Agropecuario, y lo cierto es que la experiencia indica que esta puede ser una combinación ganadora de articulación entre empresarios y gobierno.