Icono del sitio La Razón

Casas y mitos

Pienso que la globalización y la herencia hispana condicionan, a favor y en contra, nuestra manera de hacer casas. Por una parte, esas influencias han aportado modos y estilos, pero, por otro, han soterrado el sentido místico que involucraba construir una casa en tiempos prehispánicos. En estos días, basta con contratar un arquitecto para interpretar tus gustos y tus necesidades funcionales; es decir, basta con satisfacer tus necesidades terrenales.

Revisando dos textos podemos advertir cuánto hemos perdido. Hacia un orden andino de las cosas es un estudio de Denisse Y. Arnold, et al. (1992), que describe el proceso de construcción de una pequeña casa en la región de los Qaqachaka, con techo a dos aguas, de adobe y cubierta de paja, pero con una abundante mitología alrededor de ella. Los autores analizan la casa como un cosmos viviente y un arte de la reminiscencia, las diversas ch’allas que acompañan su construcción y la supervivencia de una arquitectura de raíz andina y sus sendas míticas de las esencias y la de los dioses.

Leer ese estudio te interpela y piensas lo diferente que es construir una casa urbana contemporánea. Esa humilde casa qaqachaca se construye con un acompañamiento colectivo de cantos y libaciones, en un ritual festivo y creyente a la vez, donde cada elemento tiene una referencia cósmica digna de ser expuesta. Hoy en día, estamos saturados por las resoluciones técnicas y los presupuestos que hacen de este proceso constructivo un acto banal, una simple acción para amontonar ladrillos y contentar clientes caprichosos.

Mitos, supersticiones y supervivencias populares de Bolivia, de Rigoberto Paredes (1920), es el segundo libro. Aparte de su omnisciencia sobre nuestra cultura, el texto incluye capítulos sobre las preocupaciones en el ámbito rural (de principios del siglo XX) para construir sus casas y sobre las ceremonias y ch’allas que hacían de la arquitectura una parte consustancial del rito comunal. El prólogo de su quinta edición dice: “y por eso mismo, junto con una obra de inmensidad y profundidad que se llama la Creación de la pedagogía nacional, cuyo autor es Tamayo, el libro de Rigoberto Paredes está destinado a figurar como libro de cabecera de los bolivianos”. El que elogiaba tan notoriamente el texto de Paredes era, nada más ni nada menos, que Jaime Saenz, nuestro máximo cultor de una metafísica andina en la ciudad.

Pues bien, para que sepa cómo vamos, ese estudio pionero y monumental de Paredes no figura en la lista de los libros del Bicentenario. Por eso, por malagradecidos e ingratos, tenemos una arquitectura sin alma y sustento, entre otros desaciertos culturales y artísticos.