Grexit y los descorbatados
Nadie puede obligar a Grecia a aceptar acuerdos tomados para beneficiar oligarcas
Grexit es la palabra inventada por los diseñadores de escenarios de desastres para nombrar una eventual salida de Grecia de la Unión Europea. El ministro griego de Economía, Yanis Varoufakis, quien podría ganarse la vida como doble de Bruce Willis, es hoy el político más popular de Europa. Aunque la mohoseada clase política dijo que, con su facha de drug dealer, sabemos que él no viene a devolver la plata. Y Yanis apareció con la cabeza rapada, chaqueta de cuero, sin corbata y para colmo con la camisa fuera del pantalón. Ponte la corbata y hablemos como personas serias, le pidió el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schaüble.
La Troika, o sea la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, envió a Jeroen Dijsselbloem: el ratón gris, como le llaman en su país, donde saben que todos los ratones son grises. Pero Jeroen es el míster euro. Él sabe hacer bien su trabajo. No tiene dotes de orador y vestido de paisano es un ciudadano cualquiera. Es alguien que sabe reconocer la jerarquía, complacer a sus jefes, no pensar por ellos, sino ejecutar lo que le piden. A nadie le cae bien o mal. Jeroen es el prototipo del profesional moderno, una joya del funcionalismo en la educación.
Yanis Varoufakis, el flamboyant, quiso discutir ideológicamente, y Jeroen repitió: los acuerdos se cumplen no se discuten. Yanis mencionó la deuda que tiene Alemania con Grecia por la Segunda Guerra Mundial. Jeroen se salió de sus casillas para susurrarle: usted ha matado a la Troika. Y lanzó un ultimátum. Grecia lo aceptó y dijo que lo llevaría en consulta. La prensa europea reaccionó furiosa contra Yanis, porque estaba cansada de sus juegos de estrategia y le airearon su vida privada mostrando que él había dado en alquiler su vivienda con piscina, cine y jardines, por 5.000 euros al mes. No se puede dar ejemplo de austeridad viajando en segunda clase, tomando transporte público y al mismo tiempo poseer tanto lujo.
Los griegos tienen que conversar porque deben 240.000 millones de euros. Y Alexis Tsipras, quien subió al poder el mismo día en que murió Demis Roussos, fue a visitar a Mikis Teodorakis, el compositor de Zorba el griego. Hicieron juntos una postal con el Partenón de fondo. El símbolo del poder protegiendo a dos generaciones de izquierdistas. Sexy Alexis, como le llaman, hizo desaparecer la imagen del Che Guevara de su oficina y olvidó a su admirado Hugo Chávez. Visitó a posibles enemigos. Matteo Renzi le regaló una de las corbatas de las muchas que tiene en su armario, las que Alexis aceptó con la misma sonrisa con la que saludó al rostro agrio de Ángela Merkel. Y todos felices, porque los alemanes no tienen la culpa y los griegos son muy trabajadores y pagarán la deuda.
¿Por qué tanto esfuerzo en contener al Grexit? Tsipras y Varoufakis necesitan tiempo y algunos millones de euros para evitar que los cajeros automáticos se queden vacíos y el caos se apodere de su nación. Europa sabe que Grecia es peligrosa para su estabilidad y la mantienen artificialmente dentro de la UE. Desatado el Grexit, Grecia se declarará en quiebra, como lo hicieron alguna vez Argentina y Rusia; volverá a la moneda helena, la dracma, y podrá devaluarla, los salarios se harán baratos y podrá ser un país atractivo para importaciones y exportaciones. Solo EEUU impide este desenlace por temor a que los griegos busquen a los chinos y rusos. Su importancia geopolítica es mayor cuando los bárbaros asedian Europa: los rusos en Ucrania y el Ejército Islámico en Libia. Yanis y Alexis no podrán cumplir con las promesas electorales que hicieron, aunque sus electores valoran mucho que les hayan devuelto la voz en Europa. Es contra natura tragarse la píldora venenosa de la austeridad. Nadie puede obligar a aceptar acuerdos tomados para beneficiar oligarcas. El ponerse la corbata en los hechos significaría bajarse los pantalones.