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Durmiendo con el enemigo

En la última fase de su gobierno, el presidente Obama quiere, a grandes zancadas, alcanzar metas que en su política externa estaban absurdamente postergadas. Primero fue el relajante vínculo con Myanmar, luego el sorprendente modus vivendi logrado sigilosamente con Cuba, que incluso contó con la bendición papal. Y ahora, al límite de la fecha fatídica, su hábil y carismático secretario de Estado, John Kerry, obtiene junto a su homólogo persa, Mohammad Javad Zarif, un acuerdo marco que busca limitar el programa nuclear iraní a niveles inocuos controlados por los inspectores de la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA, por sus siglas en inglés).

En las negociaciones entabladas en la plácida Lausana, Suiza, lucieron como decorado de fondo los cancilleres del P5 + 1 (Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania), porque, en rigor, fue una pulseta entre Kerry y Zarif, secundados por sus respectivos técnicos, científicos y jurídicos, durante arduos 18 meses de trabajo, que dejaron atrás 36 años de hostilidad. El solo anuncio del convenio fue celebrado ruidosamente en Teherán, observado por el ala cavernaria del republicanismo americano y criticado acerbamente por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en Tel Aviv, quien inopinadamente exigió que en el trato se incluyese una cláusula en la que expresamente Irán reconozca la existencia de Israel.

Por añadidura, en el complejo mosaico de Medio Oriente ese arreglo tampoco fue del agrado de Arabia Saudita, rival wahabita del Irán chiita que también teme por su seguridad si a largo plazo Teherán fabricase bombas atómicas. En cuyo caso, esa monarquía trataría de hacer lo propio, acudiendo a su aliado Paquistán, como proveedor de tecnología y materiales requeridos. De esa manera comenzaría una carrera armamentista nuclear en esa convulsionada región.

En toda esta tesitura de intrigas y de intereses contrapuestos, lo más grave sería que el Congreso norteamericano decidiese no aprobar el acuerdo, en cuyo caso nos encontraríamos ante tres posibilidades. a) Volver al régimen de sanciones contra Irán, actitud que la comunidad internacional reprobaría por ineficaz y extemporánea. b) Mantener un statu quo que permitiría a China y a otros países seguir comprando petróleo iraní barato, por debajo del precio de mercado, lo que a su vez permitiría continuar soslayando el embargo. En esta situación, Teherán no tendría impedimento alguno de impulsar su programa nuclear, para lo cual cuenta con miles de científicos bien preparados en Occidente, prestos a incrementar sus emprendimientos en las 19.000 plantas centrífugas ya existentes.

c) Ante una situación adversa, se consideraría una acción militar para destruir los centros de investigación diseminados en el territorio iraní. Desde luego esa aventura sería resistida por Rusia y por China, dentro y fuera del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, apoyados por los aliados naturales que los ayatolas tienen en esa parte del mundo. La alternativa bélica fue exhibida por Netanyahu durante su intervención en el Capitolio, cuando llegó a advertir que Israel actuaría solo, aun sin anuencia de Washington, en caso de estimar que su supervivencia estuviera en peligro.

Ante esas tres opciones, todas negativas, el único camino viable para la preservación de la paz es confiar en la fe del Estado iraní y en los tres meses venideros, esperar que los congresistas americanos ratifiquen el sendero trazado por el Presidente estadounidense que adelanta lo que podría definirse como la Doctrina Obama.