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El Congreso o la Cumbre de Panamá

La VII Cumbre de las Américas en Panamá fue clausurada sin pena ni gloria, pero con bastante bombo y cobertura mediática. Si bien registró un récord en la asistencia, estuvieron presentes los mandatarios de 33 de los 35 países miembros, no logró la típica declaración final, debido a que no hubo un acuerdo unánime. El Presidente de Panamá dijo que “se logró un acuerdo en el 90% de los mandatos propuestos (42 de 48), y que serán entregados a los organismos internacionales implicados, mientras que los restantes quedaron ad referéndum de pocos países”.

Los temas consensuados en el encuentro giraron en torno a los tradicionales ejes que apuntalan a la ahora nueva denominación de prosperidad con equidad: salud, educación, energía, medio ambiente, migración, seguridad, participación ciudadana y gobernabilidad democrática.

Los medios destacaron la política de ofertas y promesas que llevó Barack Obama al encuentro, como en el caso de energías limpias para la región (ello pese a la contaminación de Alaska y el fracking en Texas), un paquete de inversiones por valor de 1.000 millones de dólares para Centroamérica destinados a mejorar la seguridad ciudadana (en lugar de facilitar la migración), y un proyecto de intercambio de estudiantes con Latinoamérica.

De acuerdo con el periódico español El País, en la Cumbre en Panamá se dibujó el “nuevo tablero geoestratégico”, gracias a los acercamientos entre Cuba y Estados Unidos. Sin embargo, es necesario recordar que este acercamiento no fue fruto de la Organización de Estados Americanos (OEA), sino producto de la decisión unilateral del gobierno de Obama y las reuniones en La Habana, y en Panamá tuvo lugar solamente la presentación en sociedad de este entendimiento.

La Cumbre me hizo recordar que hace cerca de 190 años hubo otro congreso también de Panamá, denominado Anfictiónico, que en griego significa “fundación conjunta”, convocado por el Libertador Simón Bolívar, como proyecto de unificación continental. Asistieron al congreso representantes de la Gran Colombia (Colombia, Ecuador y Venezuela), México, Perú y las Provincias Unidas de Centroamérica (Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Nicaragua y Honduras). Bolivia no llegó a enviar a sus representantes a tiempo. Se dice que Argentina, el imperio de Brasil y Chile no mostraron interés, y que Paraguay no habría sido invitado. Bolívar invitó a Estados Unidos, país que envió dos delegados para intervenir solamente en los debates sobre los derechos de los neutrales, uno murió en el camino y el otro llegó tarde. También invitó a Inglaterra y Holanda, que enviaron a sendos observadores.

En ese entonces Europa, a través de la denominada Santa Alianza (la OTAN actual), quería devolver a España su régimen de gobierno absolutista y el control de sus excolonias. A su vez Bolívar quería aprovechar la doctrina Monroe, cuyo lema rezaba: “América para los americanos” (léase no norteamericanos) con el propósito de frenar cualquier intento de invasión de la Santa Alianza.

En las sesiones se observaron diferencias entre los representantes de cada país que obstaculizaban el proyecto de integración. Se preservó la soberanía de cada Estado en sus relaciones exteriores y no se pudo lograr una Confederación. Se acordó una Asamblea General con funciones de arbitraje ante conflictos, pero cuyas decisiones, como la OEA, no eran vinculantes. Al final no se ratificaron los acuerdos logrados.

Bolívar exclamó poco después que concluyeran las sesiones: “El Congreso de Panamá solo será una sombra”. Esperemos que la VII Cumbre no sea otro paraguas en las difíciles relaciones entre un vecino hegemónico y varios vecinos que quieren una relación recíproca y equitativa, respetando su soberanía.