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‘Elogio del caminar’

Oki Vega, quien es un empedernido lector y un entusiasta caminante, me prestó el libro Elogio del caminar, de David Le Bretón, un pequeño texto acerca del placer de recorrer lugares, autores, espacios y tiempos, en el que su autor constata que “caminar, en el contexto del mundo contemporáneo, podría suponer una forma de nostalgia y resistencia”, y que “el caminar es una apertura al mundo. Restituye en el hombre el feliz sentimiento de su existencia. Lo sumerge en una forma activa de meditación que requiere una sensorialidad plena”.

La lectura de este ensayo me trajo de vuelta muchos de los textos que incluí en mi libro Diario de los caminos, en el que realizo un intenso viaje interior por lugares, gente y autores que conocí.

Le Bretón afirma que “el tiempo es también por sí mismo un viajero sin reposo como observa Basho, viendo pasar las estaciones y los días” y yo escribí: “Toda partida/ nace de un silencio/ y si dices que vas a partir/ es porque ya te has ido/ y el camino peregrina en ti/ así como las montañas/ los ríos las quebradas/ y las ciudades que imaginas/ distantes como la que vas a dejar/ ya son esencia enraizada/ en tu paisaje interior”. Las ciudades, por ejemplo, hay que caminarlas como si uno fuera un flâneur, un caminante que busca el asombro cotidiano entre las calles y los transeúntes. Y es que si observamos con cuidado, siempre habrá algo nuevo, incluso en la calle por la que siempre pasamos. La poesía resucita cuando te alejas de la realidad/real/cotidiana y dejas que surja en ti el tiempo mítico con el que naciste.

Este libro también me trajo recuerdo al Tao Te Ching o Libro del camino de Lao Tse, en el que aprendemos que es necesario pertrecharnos de amor antes de dar una batalla y que nos rebajemos de la misma manera en la que aspiramos a la grandeza. Lao Tse también nos propone el equilibrio entre el ser humano, el cielo y la tierra, es decir, tres planos metafísicos propios de la cosmovisión asiática que también están presentes en las culturas nacionales: entre los aymaras, el Alaj Pacha o mundo de arriba, el Aka Pacha o mundo de aquí y el Manqha Pacha o mundo de adentro y de todos los seres que habitan estos espacios; para los guaraníes son Ivate, Ivi y Japipe y para los moxeños, Anugie’e, Poigie’e y Mo’e. Los Weenhayek los nombran Pule, Wikywet y Honhat, su traducción vendría a ser el Cielo de arriba, el Cielo de abajo y el Cielo de adentro.

Uno de los poemas del Tao dice: “conocer a los demás es sabiduría/ conocerse a sí mismo es iluminación”, por eso el camino más largo y difícil es el camino hacia uno mismo y es un camino que a veces nos cuesta la vida. Luego de leer a Le Breton, me pareció que lo había conocido en algún descanso del camino,  en torno a la fraternidad de la palabra, en la que el yo es el de toda la especie humana, deslumbrado por la forma pura de la narración, el reino de la memoria; aprendí a respetar a los que, ante la más fogosa y entretenida conversación, guardan silencio como si fueran rocas inmutables frente a las furiosas olas del diálogo.